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Ánimos de estado

España vuelve a colocar a cuatro equipos en las semifinales de la Champions y de la Europa League. De manera rotunda y meridiana somos la potencia del continente, y ya pueden chincharse el FMI, la OCDE y la Comisión Europea, que esto nos asegura para los próximos dos meses un par de décimas más de crecimiento del PIB (fundamentalmente en la comunidad de Madrid, Sevilla y Villareal -aunque yo me pregunto ¿existe, realmente, Villareal?-) gracias al gasto de más que supondrán las apuestas entre amigotes ante unas cervezas y las bravatas lanzadas en la barra de un bar. Claramente, España tiene un poderío tal en Europa en esta materia que el estado (por supuesto con Rajoy y su ministro de Industria a la cabeza. Aunque parece que desde ayer ya no hay ministro de Industria, así que tendrá que ser Rajoy: estamos ante un bucle?) tiene que explotar, promover y animar. Y después, la Eurocopa de Francia, que enlaza con el verano, y vuelta a empezar con la Liga. Como dicen en mi pueblo, «esto es que es un no parar...»

Pero más que ánimos de estado, el fútbol es un estado de ánimo. Y el Barça está sufriendo la temida astenia primaveral, con clara tendencia depresivo-melancólica: parece que aún andan atrapados en el estupor que les provocó el Madrid en el Camp Nou, en esos veinte minutos finales en los que unas hordas vikingas blancas, y con uno menos entre sus filas, acuchillaron sin ningún miramiento todos los costados del que hasta ese día, esa hora y ese minuto (que empezó con la filigrana del paseíto de Marcelo ante toda la defensa blaugrana en la jugada del gol del empate) era el equipo ungido por la varita para ganar todo nuevamente. A partir de entonces, a Neymar no le sale ningún dribling, a Busquets le cuesta sacar los balones y Messi ha entrado en modo (más) autista. Hasta los Periscope de ese chico tan divertido y tan gracioso que es Piqué han perdido fuerza. El Barcelona está teniendo un bajón de serotonina de nivel cuatro, como se vio en la primera parte del partido en el Calderón en la que tiró la eliminatoria, con una estrategia miedosa, unos jugadores bloqueados y un banquillo paralizado: mala solución cuando enfrente tienes a un Atlético poseído por la ferocidad y el fundamentalismo de la mirada de un Simeone enardecido y telúrico, capaz de degollar en el descanso con sus propias manos a aquel de los suyos que no esté dispuesto a morir en el intento. El ascetismo de Guardiola y el peso de la historia con el Bayern de Múnich, última parada antes de la segunda final de Champions para el equipo más en forma actualmente.

Mientras, el Madrid en el hábitat natural de la bipolaridad, que es en el que mejor se desenvuelve: fases de descenso a los infiernos, seguidas de períodos de subidones de euforia, exagerados hasta la hipérbole. Les va la marcha y en esa ola están, aunque también les ha ayudado un poco la suerte: la potente Roma primero, el temible Wolfsburgo después, y ahora el Manchester City (el más irregular de los cuatro que quedan, con diferencia: va a ser una semifinal ciclotímica, donde las individualidades de Agüero, Cristiano, Bale, Benzema o Silva marcarán el tono de la eliminatorio, más que las estrategias de los entrenadores).

Respecto a la Europa League, el Sevilla (no voy a hablar del Villareal, ya que no existe?) pasó ayer ante el Athletic de Bilbao (equipo de un servidor). Dada la poca fe que tenía después del resultado de la ida, acepté la envenenada y ventajista invitación de dos malvados sevillistas para ver el partido de vuelta conjuntamente. Fui porque uno es educado, y mayormente porque me daban de cenar, para qué engañarnos. El asunto fue que mi equipo, lenta pero inexorablemente, empezó a jugar al fútbol, a crear peligro, a dominar el partido y a terminar ganando 1-2, igualando la eliminatoria y acogotando al equipo rival en su sacrosanto Pizjuán. Todo eso pasaba mientras yo me ponía morado de queso, choricillo y tortilla de patatas, a su costa. Ellos no comían, porque desde el gol de Aduriz empezaron a hiperventilar, y ya no pararon. Así que llegaron los penalties, y menos mal que Beñat (menudo partidazo se marcó: el mejor con diferencia) falló el suyo: porque si encima de ponerme las botas a dos carrillos, les echamos de su competición, en plena Feria de Abril y en su campo, no me vuelven a invitar. Mi Athletic estará eliminado, pero la tortilla, el queso y las aceitunas me las acabé yo sólo, palabra...

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