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Toni Cabot

Por aquí seguimos

Los ojos se me fueron hacia un tipo con pantalón gris que, con pericia de faquir, cruzaba una pierna para hacerla descansar sobre la otra por debajo del teclado de una máquina de escribir que aporreaba entre pausas, lanzando intermitentes miradas hacia la ventana que tenía al lado en el intento de perseguir la inspiración que debía fluir a ritmo acompasado. Aquel tipo se llamaba Vicente Crespo y aquella escena ocurrió hace casi treinta años, la primera vez que subía por una escalera de caracol que te plantaba enfrente de la antigua redacción de este periódico, desde aquel instante, mi segunda casa. Solo dejé de subir y bajar esos escalones cuando el edificio sufrió su primera remodelación para trasladarnos a la planta baja, reestructuración necesaria para acometer la primera reconversión tecnológica, a finales de los ochenta, que nos alejó para los restos de nuestras adoradas 'Olivetti' para introducirnos en un camino sin retorno hacia el ordenador. Aquellos primeros pasos ante el novedoso aparato, una computadora bautizada con el nombre de 'Atex', de color gris mortecino y aterrador fondo negro, por donde resaltaban las letras en blanco brillante para favorecer el rápido aumento de las dioptrías, aparecieron como un muro insalvable al ver al aparato despacharse con una cifra a pie de página que cuantificaba cientos de errores tras procesar el texto en un par de minutos interminables. Cómo olvidar los gritos de histeria colectiva que, liderados por Pirula Arderius, musa eterna, marcaban letra y tono antes de ser secundados a coro por el resto de la redacción en sesiones interminables que finalizaban entrada la madrugada entre inquisidoras miradas ante el peligro real de llegar tarde, mal o nunca a los quioscos. Tan seguro estoy de que nunca escuché insultos tan graves a una máquina con teclado como de que aquel breve periodo de transición que afrontamos para adentrarnos en los nuevos tiempos sirvió para mejorar el producto que ahora cumple 75 años, tres cuartos de siglo, una cifra que no todo el mundo alcanza. Ayer, tres décadas después de caer en este periódico, mientras los alumnos de la Facultad de Bellas Artes ilustraban con su arte el producto de colección que hoy tienen en sus manos en una jornada tan bella como frenética y minutos después de que el Estudio General de Medios (EGM) volviera otra vez a reforzarnos con sus datos, recordé que el trabajo bien hecho siempre acaba sacando la cabeza. Me acordé de eso... y de los gritos de Pirula.

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