Hace escasos días, en no sé qué cadena de televisión tuve la oportunidad de ver a Jordi Évole entrevistando a Mariano Rajoy, presidente en funciones del Gobierno español. Yo, inocente de mí, que no sabía de tal entrevista, tuve que frotarme los ojos para estar seguro de que no estaba dormido. No ha habido muchas oportunidades de entrevistar a don Mariano durante los últimos cuatro años al menos en entrevistas basadas en hechos reales. La entrevista de ficción, imaginaria o soñada sí la ha practicado en diversos formatos, incluido el de pantalla plana sin entrevistador, y casi siempre con excelentes resultados. Por eso, permitir que un político cacofónico, con una lengua propensa al desliz y un rostro volátil y sensible cual sismógrafo, se coloque durante una hora delante de un periodista tan incómodo como Jordi Évole es una auténtica prueba no tanto de valor como de desesperación suicida. La recompensa para Mariano no ha sido aparentemente sustanciosa: intentar mantener la imagen de una gestión que se cae a cachos. La repetición de estas cochambrosas elecciones parece inminente y conviene sembrar aunque, a lo peor, el terreno sea baldío. Por algo somos un país de serie B. Con B de Bárcenas. Con B de Barberá y Dios sabe cuántas B más.

Sí, definitivamente nuestra querida España es un país en B. Si tras los concatenados escándalos del partido de don Mariano, con la sede bajo sospecha, concejales de ayuntamientos de capitales conminados a dimitir, con tres presidentes de Diputaciones de nuestra Comunidad en la cárcel o imputados es que algo no funciona en este país, por muy querido que nos resulte. Pero claro, siempre les quedará Andalucía y sus socorridos EREs. El que no se consuela es porque no quiere. Y, si encima las encuestas le dan ganador, ustedes perdonen, pero es para «mear y no echar gota».

Por todo ello, más lo que pueda añadir el devenir, don Mariano se ha sometido a la prueba del algodón con Jordi Évole, algo desteñido, descafeinado y más light de lo que en él es habitual. Los asesores que lo hayan empujado a esta voladura controlada pueden estar satisfechos: la imagen de don Mariano no ha salido más perjudicada de lo que ya lo estaba. También es verdad que era difícil perjudicarlo más. Los detractores de Mariano confirmaron lo que ya sabían y sus seguidores también habrán corroborado lo que ya ignoraban. En un auténtico alarde de autodestrucción a sangre fría, el presidente permitió que los hechos -la Gürtel, la Púnica, Matas, Rato, el SMS a Bárcenas- lo fuesen vapuleando de arriba abajo. Cuando habló de presunción de inocencia, Évole le plantó las declaraciones de numerosos miembros del PP tachando a Bárcenas de criminal y delincuente. Fue el dontancredismo llevado a sus últimas consecuencias, con una víctima propiciatoria cruzada de brazos y zarandeada por los aires cornada tras cornada.

Sin embargo, don Mariano demostró que es un don Tancredo del método, encajando una bofetada tras otra sin más desperfectos que su habitual mímica a lo Stan Laurel, escudándose en una estadística general donde la gran mayoría de los ciudadanos son buenos, la gran mayoría de los políticos son honrados y hay únicamente unos pocos corruptos (el peor de todos, Bárcenas). Él no va a renunciar a ese optimismo esencial del médico que le anuncia a un paciente un cáncer de colon: «Pero no se preocupe, oiga, sólo tiene enfermo el colon. Por lo demás usted está muy sano». Incluso se permitió darle a Évole unas clases de periodismo, para que no se fijara tanto en los pequeños detalles de robos, desahucios y miseria, y alabara las cosas buenas del país, como hacen tantos periodistas cortesanos. Le faltó decir que gracias a él sigue saliendo el sol por las mañanas.

Don Mariano no se movió ni un milímetro de su posición porque -como en aquella historia del perfecto verdugo- sabe que su cabeza ya está cortada y que basta un estornudo para que ruede por el suelo. Por no arriesgar, no arriesgó siquiera una posible victoria del Madrid en el Camp Nou, que podía haber sido la única verdad que ha dicho desde aquel revelador lapsus freudiano de «lo que nosotros hemos hecho ha sido engañar a la gente». Como explicó él mismo varias veces, «nadie es perfecto». Don Mariano no es que sea mucho de nombrar películas, novelas, poemas o cultura en general, pero, sin saberlo, citó a un reputado director americano de los 50 y que se me escapa su nombre. A lo mejor no sabía que era una frase de comedia, pero si continúa otra legislatura al frente del país, va a conseguir que la tragedia suceda a la farsa.

En fin, ese es nuestro don Mariano, presidente en funciones del Gobierno en funciones, y con tanta función ya no sé si todo esto lo he visto, lo he soñado o ha sido una función de ópera bufa.

Ahora deja caer que lo de Évole fue una encerrona.