«¿Que si creo en Dios? Soy un "ateo teológico existencial". Creo que hay una inteligencia en el universo; excepto en ciertas partes de Estados Unidos». Con este chiste, el genial Woody Allen afronta un complejo tema que ha traído al ser humano de cabeza durante milenios y, de paso, aprovecha para lanzar una piedra contra ciertos sectores de su entorno. Recurre a la contradicción como método para describir algo que le resulta probablemente inexplicable por otros medios, y gracias a la risa que suscitan sus palabras, nos permite liberarnos de esa tensión que puede generar la impotencia de no alcanzar certezas en asuntos espirituales.

Curiosamente fue el tan admirado por Woody, Sigmund Freud, quien dedicó uno de sus grandes trabajos a analizar el origen y la función del chiste. La obra, titulada El chiste y su relación con lo inconsciente, publicada en 1905, propone dos mecanismos que intervienen en la creación de un chiste: el desplazamiento y la condensación. El primero tiene lugar cuando un deseo se desplaza de un objeto a otro y se satisface en él. Por ejemplo, el deseo de señalar al conjunto de personas que tienen unos planteamientos diferentes a los míos, puede desplazarse a un territorio indefinido, como sería «ciertas partes de Estados Unidos».

La condensación tiene lugar cuando un sólo objeto adquiere la carga afectiva de otros muchos. Es como si el tesoro que pudiera aparecer en un chiste representase una pluralidad de aspiraciones personales o deseos insatisfechos.

Para Freud, el chiste tiene, por lo tanto, una carga agresiva, donde suele aparecer una víctima que representa a todas las personas sobre las que queremos liberar nuestra agresividad. Y para él, se trata de un mecanismo muy parecido al sueño, pues también en el mundo onírico aparecen los mecanismos de desplazamiento y condensación y las temáticas son similares: sexo, violencia, situaciones imposibles o chocantes?

Sin embargo, en nuestra opinión, los componentes agresivos no siempre están tan presentes o, dicho de otra manera, existen métodos para ejercer el sentido del humor sin que estos deban ser necesariamente agresivos. Por el contrario, puede constituir un modo de superar situaciones traumáticas. Cuando logramos reírnos de algo que durante mucho tiempo nos tuvo angustiados, significa probablemente que ya nos estamos recuperando, que aceptamos que lo que ocurrió fue lamentable, pero que la herida ya está cicatrizada, que lo hemos integrado en nuestra historia vital. Que estamos, al fin, en paz.