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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Alicante, a pesar de Alicante

Alicante no pesa. Alicante capital quiero decir, porque si sumamos la provincia tenemos un buen pasar y mucho mejor que nos hubiera ido sin el vecino del norte, pero esa es ya otra historia. La capital pinta poco. Hay un dato curioso: todo el que vive en Móstoles, Leganés o Getafe se siente y actúa como madrileño capitalino, lo mismo pasa con todos los pueblos de alrededor de Barcelona o, si me apuran, de Valencia, pero es tan leve la influencia de Alicante que a poco que vivas en Sant Joan o en Campello o en San Vicente no te sientes residente en Alicante, y -si me apuran- ni siquiera viviendo en Playa de San Juan o en la Albufera o en el Cabo se habla de vivir en Alicante, lo que a la cuenta de la vieja puede querer decir que la capital no suma, suma poco o no aporta ninguna plusvalía.

También es verdad que la capital nunca ha sido un polo de atracción para la provincia, que históricamente ha despreciado a las empresas de servicios contrarrestándolas a las que realmente fabrican chismes, que son las buenas (dicen), tipo las de Elche o Alcoy cuando era potencia nacional en varios sectores. Si me apuran han tenido más relación las comarcas con su cabeza de comarca que las ciudades con su capital.

Por si fuera poco no es que se pueda decir que los últimos ayuntamientos se hayan caracterizado por poner guapa la capital para que la provincia se sintiera orgullosa, más allá de las setas de Castedo. No sé si ayuda o no lo de los horarios comerciales y el cierre de festivos, que de momento no me voy a meter en esa guerra aunque tengo una opinión muy poco políticamente correcta, pero reconocerán conmigo que bajar a Alicante un domingo por la mañana supone encontrarse una ciudad desolada, con todas las persianas bajadas y un atractivo semejante al de Sarajevo en plena Guerra de los Balcanes. Si eso me pasa a mí, que huyo de las multitudes y compro en Amazon para no frecuentar los grandes almacenes y encontrarme con colas en las cajas, imagínense lo que será para el que viene perdido un fin de semana, aprovechando el AVE, y en vez de ir a la playa trata de hacer «turismo de ciudad». Pues eso, que si quiere animación más le vale volverse al lobby de su hotel (o que se vaya a la playa, demonios, que para eso está y cura todos los males, especialmente de los que planifican el turismo, que con el «sol y playas» no tienen que quebrarse la cabeza).

Lo mismo vale para los diferentes proyectos que han querido tener Alicante como su hogar. Recordarán lo que pasó con el primer Pryca, expulsado de la capital y que encontró acomodo en San Juan, de tal forma que al rebufo se formó un tejido de grandes superficies más que apañado en su entorno que ha contribuido durante muchos años a llenar las arcas del municipio. Luego le cosa cambió algo (no sin que antes San Vicente cogiera el relevo y relegara de nuevo a la capital), pero que les quitaran lo bailado a los sanjuaneros.

Independientemente de la especulación y los negocietes en torno a Ikea, yo me imagino que los suecos, que son gente seria, se estarán planteando pasar de la capital y buscarse acomodo en tierras más propicias. De hecho ya pasó en Murcia y ahora hay que ver las colas que se organizan en Santa Faz para irse a comprar cositas o ver muebles, que ese atasco no creo que sea para comer «marineras» en la Plaza de las Flores (por cierto, riquísimas). Ya pasaba en los tiempos del «cortinglés» de Murcia, porque los consumidores van donde está el producto que necesitan y no son nada fieles ni leales para comprar únicamente en su ciudad, por más que las campañas del pequeño comercio llamen a no gastar un sólo duro fuera de sus fronteras: una iniciativa tan loable como inútil.

¿Por qué todo proyecto a desarrollar en la capital sufre un viacrucis cuando no es directamente rechazado tras ser arrastrado por el fango? ¿Tendrá que ver con el cainismo, con el menfotismo, con la superioridad moral, con la bajeza de miras de nuestros dirigentes, con la pereza infinitita o con todo junto a la vez? Se diría que a los alicantinos no les gusta su ciudad, pero no están dispuestos tampoco a que nadie se la cambie. O eso o que como todos somos de fuera y vivimos en otra parte, nos da igual.

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