«Me crié en tiempos de guerra. Contaba 6 años cuando me vi obligado a huir de mi hogar y mi aldea, en Corea, con solo lo que podía llevar en los brazos. Las escuelas estaban destruidas, mi hogar abandonado, y me encontraba atemorizado y lleno de incertidumbre. No podía ni imaginar lo mucho que los momentos más terribles de mi vida marcarían mi destino. Unas Naciones Unidas recién estrenadas me ofrecieron esperanza y protección en forma de cobijo, libros de texto y artículos de socorro, lo que me motivó para dedicarme a la función pública. A mi juicio, siete decenios tras la fundación de las Naciones Unidas, su bandera azul sigue siendo un estandarte de esperanza para toda la humanidad». Este es el testimonio vital con que Ban Ki-Moon, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, empieza su Informe de fecha 2 de febrero de 2016 dirigido a la Cumbre Humanitaria Mundial que se va a celebrar el próximo mayo en Turquía. La cumbre tiene por finalidad el «Fortalecimiento de la coordinación de la asistencia humanitaria y de socorro en casos de desastre que prestan las Naciones Unidas».

Con el título de Una humanidad: nuestra responsabilidad compartida, dibuja en una primera parte los grandes rasgos de la situación de los desplazados y refugiados: «El número de personas que necesitan asistencia humanitaria y las necesidades de financiación conexas han alcanzado máximos históricos». Tras haber disminuido a finales de la década de 1990 y principios de la década de 2000, el número de grandes guerras civiles pasó de 4 en 2007 a 11 en 2014. «Las causas fundamentales de cada conflicto son distintas y complejas, pero la consecuencia suele ser la misma». En una tercera parte de las guerras civiles actuales participan agentes externos que apoyan a una o más partes del conflicto. «Esta internacionalización de las guerras civiles las prolonga y vuelve más mortíferas» y complica la negociación de acuerdos y arreglos.

Cada día, en 2014, los conflictos y la violencia obligaron a unas 42.500 personas a abandonar sus hogares y buscar un lugar seguro dentro del mismo país o a través de las fronteras. Como consecuencia de ello, el número de desplazados internos, refugiados y solicitantes de asilo llegó a casi 60 millones de personas. Las pautas de los desplazamientos han cambiado. El 51% de los refugiados son niños. «Se han cerrado fronteras y se han levantado muros, en tanto que los países que abrieron generosamente sus fronteras se han visto desbordados». Y los que cierran fronteras son en Europa, en especial, los países de las antiguas Yugoslavia, Checoslovaquia, y Hungría o Polonia, los que más se beneficiaron del estatuto de refugiados en la postguerra, añado. O Arabia Saudí en Oriente medio. «Causa indignación que la acción humanitaria se siga usando a menudo como sustituto de una solución política. Causa indignación que el número de personas que se ven obligadas a abandonar su hogar haya alcanzado niveles sin precedentes desde la II Guerra Mundial».

Para Ban Ki-Moon se necesita un compromiso mundial renovado en el marco de «la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y su Protocolo de 1967 que han brindado protección a los refugiados que huían de toda una gama de amenazas en sus países de origen». La renovación debe seguir las siguientes líneas esenciales «para prestar mejores servicios a la humanidad»: a) ejercer liderazgo político para prevenir y poner fin a los conflictos; b) defender las normas que protegen a la humanidad; c) no dejar a nadie atrás; d) cambiar la vida de la gente, desde proporcionar ayuda hasta poner fin a la necesidad; y e) invertir en el capital humano. Se trata, -sintetizando mucho quizá- de que la ONU ejerza un liderazgo estableciendo «nuevas prioridades culturales, operacionales y financieras para dar primacía a la prevención», basado en la legalidad internacional y en la igualdad de trato para todos los desplazados, «en nuestros avances para prestar asistencia a los más rezagados» debe vincularse con los objetivos del plan de desarrollo sostenible, la Agenda 2030, y «comprometerse a trabajar a un nivel tan local como sea posible y tan internacional como sea necesario».

«La bandera azul sigue siendo un estandarte de esperanza para toda la humanidad», dice al comienzo de su informe; otra bandera azul, la de la Unión Europea, ha defraudado la esperanza que muchos habían visto en ella.