Los dos primeros actores políticos de la última función patria, algunos creen todavía que son tres y en el cuento de la Cenicienta, siguen moviendo ficha en un escenario fabricado con tablones movedizos. Podemos elige un traje morado estilo penitente y cruza los dedos por detrás defendiendo su verdad y escenificando la restauración de su honor y credibilidad tras haber sido acusado de financiación ilegal a través de la «vía venezolana». El PSOE, vestido con un traje invisible «incrementa» a su vez esa secular transparencia que tantos y tan buenos resultados dieron a González y Zapatero volviendo a convertirse en una profecía que se cumple a sí misma. Ahí está la historia. Ahora Pedro Sánchez, el portavoz de la renovada verdad socialista eterna y de la historia de su partido, viaja a Junqueras para reunirse con Barcelona ¿o ha sido al revés? a espaldas y hombros de su propio partido dando una nueva vuelta de tuerca a esa política rastrera, opaca y excluyente de siempre. Entre tanto el PP, el de las multivías de financiación ilegal, el «caloret» y la paja en ojo ajeno y Ciudadanos, su marca blanca pero más joven y risueña pero con parecidos postulados sociales, se han convertido en actores secundarios de la citada obra teatral cuyos papeles estelares están siendo protagonizados por los dos primeros, auténticos protagonistas del gran drama con tintes de humor y de título ¿quién parte el bacalao?

No debe haber una luz más grande que la de un actor en escena. Y esta vez hay dos. Y esto Mariano -muy buen día hoy si no llueve- lo asume de forma tan gallega que desde que los focos ya no se centran exclusivamente en él su figura, su humor y su sombra son muy tristes y mucho tristes. Mientras tanto un público impertérrito, sobre todo el del gallinero, contempla, ojiplático y con la certeza de haber pagado las entradas más caras de todo el teatro, siente soledad, y se desespera. El patio de butacas es particular y solo se barre si aquellos dos se ponen de acuerdo en el tipo de escoba a utilizar. Albert Rivera, convertido en actor de reparto pero de carácter espera su mejor papel protagonista: el Estragón de Esperando a Godot.

Convidados de piedra, eso es lo que somos los ciudadanos una vez que ya hemos votado. Pues mientras se ponen de acuerdo en aquello que la ciudadanía ya ha manifestado en contra de la corrupción, la mamandurria y el saqueo, los mismos defraudadores, cada vez son más, campan a sus anchas en nuestro país a manos llenas, llevándose el dinero con manos de guante blanco, superestrellas, divos, que son como los papeles de Panamá: dan como para una cartografía de las estructuras del poder y la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota, de Vargas Llosa, una película de Almodóvar, un mercadillo solidario con tres palmadas en el pecho y banderita rojo y gualda de Pilar de Borbón, un gol por la escuadra de Messi o un fin de semana «todo pagado» en el Meliá. Todo a colación de demostrar que la hipocresía no es privilegio exclusivo de derechas o izquierdas y tampoco explica por qué las ideas de algunos sobre el dinero no son indicios de lo que piensan realmente sobre la política y la justicia. Debe ser que el poder, cualquiera de ellos, les coloca de meritorios en la función antes citada.

Los papeles de Panamá son solo el último ejemplo de lo que está ocurriendo en nuestro país, y no es el único, y demuestran cómo cualquier poder puede ser corrompido mientras oculta su bajeza bajo esa máscara social hecha de himnos a la solidaridad y equidad y que sin embargo no dudan en presentarla como necesaria para denunciar la injusticia y defender a oprimidos. A Dios rogando y con el mazo dando. Los hechos, de demostrarse su ilegalidad tanto como su falta de moralidad, no escapan al abucheo de un público dividido: los de platea y palcos rezando por esa virgencita para que los dejen como están y los del gallinero clamando para no ser castigados nuevamente con la peor y más cara silla en la que sentarse, aunque a veces no hay ni siquiera silla. Pero se paga como si la hubiera.