Antonio Banderas estrena «Altamira» en la que interpreta al descubridor de las pinturas rupestres cuya realización data de hace catorce mil años y que están ubicadas en una caverna a las afueras de Santillana del Mar, en Cantabria, albergando una de las manifestaciones artísticas más extraordinarias del Paleolítico, en una película dramática y biográfica ambientada en el siglo XIX a propósito de la que, el actor malagueño, en una entrevista declara que su intención es convertir su profesión en su pasión, que es una frase que me parece muy sugerente y ello, junto a mi cariño por Santander me lleva al estreno de la película.

Y la historia, triste y emotiva, dura y hermosa capta mi atención, narrando el largometraje de Hugh Hudson, director de Carros de fuego, el rechazo y la incomprensión que sufrió el arqueólogo Marcelino Sanz de Sautuola por parte de la Iglesia y por parte de los académicos de la época tras descubrir una de las obras prehistóricas más importantes de la humanidad como son las pinturas de Altamira, enfrentándose al menosprecio y al escarnio con fortaleza de carácter lo que implica, en términos generales, aceptar la realidad y desarrollar los recursos que supongan no desmoronarse ante los contratiempos, y empeñarse en las propias convicciones, enfrentando las dificultades con audacia y coraje, y actuando con valentía, perseverancia e integridad, y también con esa pasión de la que hablaba Antonio Banderas, y que por su extraordinario descubrimiento siempre tuvo Sanz de Sautuola de quien imagino que, a pesar de fallecer sin haber recibido el reconocimiento que merecía, tuvo una vida satisfactoria y feliz.

Y salimos del cine, y comentamos que la fotografía y la ambientación resultan destacables, y en cuanto a la película, hay diversidad de opiniones, después de las cuales, comento que, cambiando de tema, me encantaría ir a Santander y disfrutar del paisaje, y de sus playas y gastronomía, y de su cultura y paisaje, y visitar las cuevas de Altamira, y después todos siguen hablando y la charla es animada y alegre mientras yo sonrío y pienso que tengo también, en tierras cántabras, una ilusión muy íntima y muy personal, que solamente yo conozco.