Qué interesante nos pareció la entrevista que Pablo Motos hizo a Antonio Banderas en el programa El hormiguero hace unos días. Quedó patente, una vez más, que cuando el entrevistado es una persona con cultura, interés hacia aquello que le rodea y además es leído y viajado, la posibilidad de crear un producto televisivo de calidad queda patente siendo lo opuesto a buena parte de la actual programación de casi todas las cadenas plagadas de concursos de cocina, de baile y de series irreales. A pesar de su corta duración, pudimos escuchar al actor malagueño varias ideas que, con casi toda seguridad, forman parte de los problemas que tiene España.

Dijo Banderas que un país necesita de personas que se esfuercen para crear un proyecto propio que al mismo tiempo redunde en la sociedad. El espíritu de superación que forma parte de la idiosincrasia de EEUU se sitúa como una de las bases de su sistema económico y social. El derecho a no sentirse un fracasado porque un proyecto haya salido mal y, sobre todo, el reconocimiento social a aquel que trabaja y se esfuerza para conseguir un objetivo son algunos de los elementos fundamentales de una economía y de un país donde la meritocracia, la formación y el esfuerzo personal son las claves de una de las economías más importantes del mundo.

Para Antonio Banderas uno de los grandes problemas que sigue teniendo España -por muy manido que parezca el tema- es el de la envidia. Es nuestro país tierra fértil de envidiosos que no soportan que a otra persona pueda irle medianamente bien, haciendo todo lo posible por hundir no ya un hipotético éxito ajeno sino incluso una cierta tranquilidad personal. En España se machaca al que ha tenido un éxito relativo y al que exterioriza el deseo de mejorar su posición laboral, tachándole de ambicioso. Nos recuerda Mauricio Wiesenthal en uno de sus últimos libros (Siguiendo mi camino. Editorial Acantilado, 2013) que los envidiosos se ciegan de tal manera que no ven las penas ni las pérdidas ni el esfuerzo de los otros.

Se quejaba Banderas de que los jóvenes españoles desean, en su gran mayoría, ser funcionarios. En ello influye no sólo el tradicional apego español al terruño sino sobre todo la gran dificultad para emprender una actividad comercial o empresarial en España dada la escasa financiación de bancos y cajas de ahorro -a pesar del dinero a espuertas que dieron y perdieron en megaproyectos absurdos- y a la ausencia de patrocinadores de ideas. Siempre me ha extrañado la desconfianza de los empresarios y de los equipos directivos hacia los universitarios españoles. Alguien me dijo hace algún tiempo que se debía a la escasa formación de todos ellos. He conocido bastantes casos de directivos de empresas (o directivas, para este caso la igualdad existe de manera completa) que cuando se encuentran con un subordinado universitario con una cierta cultura tratan de quitárselo de en medio a la menor oportunidad. Quizá se deba a un sentimiento de inferioridad que es consustancial del que no asume las carencias propias. No debería ser ningún problema no poseer determinados conocimientos o estudios. El problema viene cuando se desprecia la formación cultural, como ocurre en España desde hace años, y tener inquietudes intelectuales está mal visto en muchas empresas que prefieren trabajadores cuya ocupación principal sea el trabajo, personas dispuestas a hacer un número indeterminado de horas de trabajo diarias con la promesa, en ocasiones, de un posible ascenso.

Dijo Mariano Rajoy hace unos días que es partidario de una jornada laboral que termine a las seis de la tarde en vez de esas jornadas laborales que ocupan de ocho de la mañana o ocho de la tarde con una pausa para comer. Más allá de que sea una medida claramente electoralista pensada para unas futuras y posibles elecciones cuya repercusión en el ámbito empresarial ha sido inexistente, creemos que lo importante es que por primera vez un político conservador, y por tanto defensor de los principios puros del neoliberalismo que trata de imponerse en la Unión Europea y en España, hace referencia a una medida que antes o después se aplicará en España dado el éxito que tiene en otros países europeos con economías mucho más fuertes que la nuestra. Se ha comprobado que un trabajador que puede organizar su vida en sus dos aspectos fundamentales -trabajo y ocio o vida familiar- tiene un rendimiento y una implicación mucho mayor que otro cuyo horario no tenga un fin diario aproximado y que por tanto no puede hacer planes a corto plazo. Todos nosotros hemos oído hablar de algún departamento de una empresa cuyos trabajadores hacen más horas de las que necesitan porque irse a casa antes que el jefe está mal visto. En una multinacional alicantina en la que trabajé hace algún tiempo solicitar las vacaciones legalmente estipuladas se veía como una especie de concesión que se daba sin mucha gana; había que dar explicaciones de cómo dejabas tu departamento, adelantar trabajo que en teoría no te incumbía y poco menos que dar las gracias por poder irte de vacaciones.

Las grandes y medianas empresas españolas deberían dar ejemplo y anticiparse a una posible asimilación del horario español al europeo, mucho más productivo. También se hace indispensable disminuir el número de becarios cuyo aumento en los últimos años ha incrementado la precarización laboral.