Seguro de su poder de seducción, convencido de su atractivo, satisfecho de su encanto personal, orgulloso de su físico, Sánchez propone como si tal cosa un ménage à trois a Pablo y Albert. Por las bravas, sin avisar, como si de un tronista se tratara, lanza un órdago seguro de cautivar a esos dos nuevos líderes políticos del panorama nacional. Políticos y viceversa. Desde el atril, en el que comparece rueda de prensa tras rueda de prensa, en un bucle que viene repitiéndose con cansina regularidad desde las pasadas navidades, sin bombo ni platillo, pero con todo el atrezo presidencial necesario para la ocasión, el candidato rechazado se inventa una nueva fórmula para seguir en primera plana: el 199. Como si de una cifra de rebajas fuera, plantea, sin consultar con sus pretendidos «parteners», ir juntos a una nueva investidura en la que la aritmética sí le proporcione el sillón presidencial. PSOE, Podemos y Ciudadanos, tripartito transversal, un trío que se aparta de la dirección correcta, un ménage à trois incómodo para al menos dos.

Los podemitas contestan que con los ciudadanos no es posible, que como mucho están dispuestos a admitir que les voten o se abstengan para sacar adelante su ansiado gobierno de formaciones de izquierdas y separatistas. Los ciudadanos manifiestan que con los podemitas ni cruzar un charco, que eso sí, estarían dispuestos también a recibir la abstención o el voto afirmativo para configurar un gobierno con los socialistas. Así las cosas, el brujo de la transversalidad sigue por su lado insistiendo en que lo que le conviene a este país es el camino del 199, sin atender al gobierno a la valenciana de Iglesias, ejecutivo autonómico que para más inri no participa su promotor, y a la tabarra de Rivera en que el futuro estable se construiría con el apoyo y negociación con los populares, sin querer enterarse de que su socio principal se ha cansado de repetir que con Rajoy y el PP, ni agua, que no y mil veces no.

En este bucle de los dislates, en esta encrucijada sin caminos nos encontramos. Es tiempo de exegetas, es tiempo de tertulias, es tiempo de noticias de última hora, es tiempo hasta de psicólogos que analizan desde la ceja levantada de uno hasta la pierna cruzada del otro. Se miran los gestos, se escudriñan los tonos de los parlamentos. No vale lo que se dice, no tiene valor la palabra, se lee entre líneas, se traduce lo que se escucha. Todos defienden hasta el ridículo aquello que se pretende sea verdad única, aquello que dé credibilidad a lo que se expone, aunque todo sea interpretación, todo quede en un «pienso de que». Y así un día, y otro, y una semana y otra. Y cargando baterías en las redes sociales, por tuits, por wasaps. El aguante ante tanta impostura tiene un límite, y en las próximas elecciones, si es que las hubiere, se notará, tendrá su derivada.

La confusión llega hasta con los portavoces, Hernando socialista, Hernando popular, un galimatías que envuelve hasta apellidos. Hernando dice que no, Hernando dice que sí, que es posible la gran coalición. Rajoy desde la barrera y en funciones, insiste en la suma de los tres desde el 20-D, impasible el ademán, inalterable ante la negativa. Mariano no oye a Pedro, Pedro no escucha a Pablo, Albert no hace caso de lo que dice Pablo, Pablo ni mira a Rajoy, Albert no se entera de lo que quiere Pedro, y mientras el dos de mayo se acerca inexorablemente. Nadie contesta a las preguntas, todos se pierden en circunloquios. El acuerdo final del gobierno a 199, de llegar, pasaría por la escena de los Marx en la parte contratante de la primera parte, que el documento de las famosas doscientas medidas se vería reducido a un confeti.

Todos parecen en campaña, muchas fotos, mucho parlamento sin fundamento, mucho postureo, mucho paseíllo de salón, mucho choque de manos, pero los exegetas incansables al desaliento ven posibilidades reales de formación de gobierno, aunque sea a última hora como pasó en Cataluña, dicen. Todos los alquimistas de la macro política apuntan a la semana artificial del 23 al 30, cuando el jefe del Estado tenga a bien consultar con los actores de este sainete institucional. No han tenido que esforzarse mucho para llegar a tal conclusión, el dos de mayo si a Felipe VI nadie le dice lo contrario, el veintiséis de junio a las urnas. Las hogueras incendiadas por la campaña, mala barraca.