Ahora que está todo perdido, Enrique confiesa, sin dolor de contrición, pero admite su culpa, su grandísima culpa, golpeándose el pecho por indicación de su abogado, que fíjense si verá las cosas perdidas, que para que no pise prisión, intenta con esta argucia leguleya que le fijen una condena que no conlleve su ingreso en cárcel. Buena estrategia del despacho de abogados que le lleva sus asuntos procesales, pero poco creíble ante un tribunal, no la confesión de los hechos delictivos, sino su intento de aparentar arrepentimiento, que, si de verdad lo fuera, cantaría gregoriano, boleros, copla o lo que fuera necesario de sus responsabilidades y actuaciones en todos, que son bastantes, los procedimientos judiciales en los que está inmerso el señor de los ladrillos de Alicante. Su intento de aparecer como colaborador de la justicia, recociendo la financiación ilegal del Partido Popular en Valencia, no es más que una constatación de lo evidente, de lo ya más que sabido, y a punto de tener marchamo de fallo judicial, por lo que, como en su propio escrito de incriminación reconoce, llega tarde, demasiado tarde, buscando únicamente la clemencia de los magistrados para con su persona, cuando estamos ante un ciudadano que semana sí, semana también debe acudir a los tribunales por acusaciones e imputaciones siempre en torno a sus tejemanejes con los dineros públicos.

Yo pecador, me confieso a su señoría, a los tribunales de justicia, a los fiscales, a los medios de comunicación, a todos los contribuyentes, y a mis allegados, que delinquí gravemente, con el dinero de los demás, por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa. Por tanto, ruego al clementísimo tribunal, a todos los jueces y fiscales, a todas las acusaciones, y a los ciudadanos en general que tengáis a bien perdonarme. Así sea. Está admisión de culpabilidad habría quedado más pomposa y acorde con ese acto de contrición, previo al perdón de sus pecados, que evita el frío documento que sus abogados cursan ante el juzgado, reconociendo los hechos tardíamente y que con tanta vehemencia se negaban cada vez que era interpelado. Haga extensiva su asunción de culpabilidad desde este momento a todas sus cuitas judiciales en curso, y comparezca ante la opinión pública para expresar su sincero arrepentimiento, solamente así empezaría a saldar su enorme deuda con la sociedad a la que ha venido engañando junto a los necesarios políticos corruptos con los que se asoció en monipodio flagrante.

La inteligencia de sus abogados hace coincidir la espontanea confesión de yo pecador, con una situación crítica en la política española, en un gravísimo escenario institucional, en el que los partidos políticos están demostrando su incapacidad para consensuar una salida viable para la gobernanza de la nación. Irrumpe para hacer daño al Partido Popular, su socio preferido durante largos años, enfangándole más con el cieno de la corrupción, y ensuciando el panorama general de la visión que tiene la sociedad de la clase política en general. Intenta aparecer, con su confesión, como una víctima más de la maquinaria política que le obligaba a asumir ciertos gastos si quería seguir optando a tener opción de trabajar con la administración. Solo le faltaría hacer constar que las irregularidades a las que se vio obligado a realizar, las llevó a cabo por proteger los miles de trabajadores que dependen de su liderazgo empresarial.

Por el momento, lo que queda claro es que Ortiz es un delincuente confeso, lo que la justicia transija ante su tardía confesión será responsabilidad de la misma, y ante los ojos de la ciudadanía su actuación se verá como severa y equilibrada ante tanto desmán con los dineros públicos, o, por el contrario, laxa y subjetiva ante quien tiene un currículum judicial nada edificante y, que, además provocaría una alarma social innecesaria.