Este año conmemoramos el cuarto centenario de la muerte de Shakespeare. No obstante, si en un juego de ficción renaciéramos a Shakespeare con el compromiso de escribir la tragicomedia del Ayuntamiento de Alicante, seguramente se volvería a la tumba, y no porque los personajes careciesen de impacto emocional, sino porque son personajes reales, aunque parezcan personajes de fábula (en el sentido aristotélico), lo que le obligaría a mezclar espuriamente tragedia y comedia.

El alcalde, como nuevo rey Lear, se debate entre las traiciones de sus hijas, Compromís y Guanyar, y los amores inconstantes de PSOE (la nueva Cordelia), y se revuelve aferrado a su sillón pensando en quién le traicionará antes, y mientras, el reino (el municipio) sin gobierno. El nuevo Lear sabe que no puede confiar en Guanyar, pues si bien Lear y Guanyar parecen hijos de un mismo príncipe (la izquierda), sus intereses son contrapuestos, y Guanyar quiere romper con el modelo de reino actual e imponer su religión ideológica a todos los vecinos: municipalización de contratas, ausencia de Ikea, paralización de la OI2 (Renfe), fervor animalista, ecologismo a la violeta, etc. Para ello, Guanyar intenta imponer a su mesnada ideológica en todos los puestos clave controlados por su ducado, pero el Conde de Relaciones Humanas, afín a Lear, contraviene sus pretensiones. Además, los recientes conflictos con la Duquesa Roja y la Marquesa Nevada retuercen más, si cabe, a Lear en su sillón, incitándole a la decapitación de las mismas, pero no llega a atreverse a hacerlo y, mientras, el reino sin gobierno. Lear se hace Hamlet, a veces, y duda: «Cortar (la cabeza) o no cortar, he ahí la cuestión». Si siguiera los dictados de su conciencia e hija (PSOE), debiera cortarles la cabeza, pero duda, pues los necesita a todos para seguir en el trono, aun sin hacer nada. Por otro lado se encuentra Compromís, más parecido a Macbeth. Lear sabe, sin duda, que el fin último de Compromís es matarlo y ocupar su lugar, pero ingenuamente cree que eso no llegará nunca, y, mientras, Lear se enfada con Compromís porque no intercede como debiera hacerlo en sus conflictos con Guanyar: el papel que debiera ocupar de mediadora de conflictos es inexistente pues, a la hora de la verdad, Compromís siempre traiciona a Lear y se alía con Guanyar. Estando tan ocupado con las desventuras ocasionadas por sus dos hijas díscolas, Lear deja un tanto abandonada y a su suerte a la única de sus hijas que realmente lo ama, PSOE, y ese abandono solo puede conducir a un trágico final.

Hasta ahí la trama de la tragedia shakespeareana. Pero, como hemos dicho al principio, el problema de Shakespeare residiría, al ser personajes reales, en la incapacidad de mezclar la tragedia del argumento anterior con la comedia que plantean dichos personajes. La Duquesa Roja resuelve la tensión de su decapitación de forma grotesca: con un donativo a una asociación de ayuda a prostitutas, como si hubiera ofendido a las prostitutas al comentar su hipotética vinculación con PP, y no al propio PP (de este noble del reino prefiero no hablar ahora, pues es más propio de novela picaresca que de tragedia teatral). Lady Macbeth, en lugar de lavar manchas de sangre, se dedica a pagar 200.000 euros en horas extra innecesarias. Y la Marquesa Nevada, la de «sonríe, que eso les jode», hace un juancarlos como penitencia, se vuelve a ir de vacaciones, y Lear duda en decapitarla, pues la propia Guanyar quiere matarla para poner a otra más afín en su puesto, y todo sigue igual.

Y lo peor es que realmente todo sigue igual, y no lo digo porque la tragicomedia no acabe de forma infeliz para los personajes, sino porque con tanta tensión dramática, trágica y cómica a la vez, los habitantes del reino, o del municipio, siguen, seguimos, sin gobierno, aunque entretenidos con las andanzas y chanzas de los personajes. Parafraseando a Hamlet, «algo huele a podrido en el Ayuntamiento de Alicante».