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Jorge Fauró

La muerte tan lejos y tan cerca

Una bloguera de la edición digital de este periódico, Sonia El Hakim, cuya lectura les recomiendo, ha planteado esta semana un debate más que oportuno: ¿Por qué somos Bruselas y no somos Pakistán? O lo que es lo mismo: ¿Por qué nos arrebata de modos tan diferentes la matanza indiscriminada de inocentes en una discoteca de París o en un aeropuerto belga y los 72 muertos en un parque infantil en Lahore? El sobrecogimiento y el dolor constituyen dos de los escasos elementos que la era digital no ha conseguido globalizar. Nos aterra imaginar al público de Le Bataclan intentando huir de la masacre, pero nos deja fríos el típico accidente de tren de la India con más de 200 muertos. Y, evidentemente, el efecto de ambos hechos viene a ser el mismo: el fin de muchas vidas de forma inesperada, repentina, injusta. Ni medios ni redes sociales se atrevieron a poner Lahore en sus titulares. Hubo que generalizar con que el hecho terrible había tenido lugar en Pakistán para que los receptores de la noticia situaran la tragedia en el mapa. Pakistán. Tan lejos. A muchos lectores se les comenzó a sobrecoger el corazón al conocer que el desalmado que detonó su cinturón de bombas había elegido un parque de juegos infantiles para reunirse con sus siete vírgenes. Sólo entonces muchos comenzaron a sentir la angustia en el plexo solar. Un parque infantil idéntico al que muchas madres y padres españoles llevan cada tarde a sus hijos e hijas a la hora de la merienda. Pakistán. Tan cerca. Lahore es un destino remoto, pero el tobogán y el columpio están tan próximos a nosotros como ese barrio de París donde hicimos turismo hace poco o nuestra hija cursa un año de Erasmus. Nos sigue produciendo un nudo en la garganta una matanza en un instituto de Wichita por lejos que esté, porque muchos tenemos a nuestros hijos en un instituto de Alicante o de Elche, y en ese momento no pensamos en Wichita o en Lahore. El espanto, como el periodismo o las redes sociales, se mide en función de muchos factores, entre ellos el de la proximidad de las cosas. Y no leer en Facebook o Twitter «Je suis Pakistan» no convierte a nadie en desalmado o en indiferente. Sólo somos seres humanos.

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