De la necesidad no siempre se hace virtud. En el caso de Sánchez realmente no se traduce toda su febril actividad, desde su designación real como candidato a la presidencia del Gobierno, en una auténtica disposición para actuar de acuerdo con determinados propósitos ideales como el bien, la verdad o la justicia. Más bien se ajusta a una premura vital que le conmina a sacar adelante como pueda, una salida a su situación personal que le lleve a instalarse en la Moncloa como jefe de gabinete. Sabe Pedro que es su última oportunidad para evitar que en el próximo otoño se convierta en un cadáver político. Su futuro sería el ostracismo político inmediato y el social a medio plazo.

Todo en él, sus actuaciones en ruedas de prensa que se repetían como el ajo, o las declaraciones de sus allegados, de los de su llamado círculo íntimo, únicamente han dejado claro, desde su difusa pretendida transversalidad, en este interminable proceso de postureo político para intentar formar gobierno, la rotunda negativa a, siquiera rozarse, con los populares. Su verdadera vocación era pactar, formar gobierno con Podemos y resto de grupúsculos, incluidos los separatistas en posición de abstención, de ahí su nada inane obsequio de formación de grupos en la Cámara Alta. De esta manera, Sánchez, se ha propuesto evitar su desmoronamiento como líder tras la surrealista noche electoral en la que se presentó ante los suyos y la atónita opinión pública, como auriga histórico del nuevo cambio tras el mayor varapalo en comicios alguno obtenido por su partido, en lo colectivo y en lo personal.

Su idea primigenia, en la que la aritmética si le sonreía, se fue al traste por la presión ejercida desde el sur por Díaz, y por otros territorios, en los que se repudiaba pacto desde la debilidad con el movimiento que gira alrededor de un despótico Pablo Iglesias con sus alienadas peticiones. Una vez comprometido con el jefe del Estado, Sánchez se sacó de la manga el as de Ciudadanos, llegando a un acuerdo firmado con todos los honores, que le ha permitido arremeter contra tirios y troyanos, y además ganar tiempo. Su fracaso en la investidura, que ya venía dado por la tozudez de los números, entre los que por lo visto no se encontraban ni los primos que picaran el anzuelo, lo quiso convertir en triunfo con la estulta adhesión inquebrantable al desaliento de Rivera a un pacto que tiene los días contados.

El día ha llegado, el que puede ser su gran día, él se lo plantea así, intentará aprovecharlo sin dejar que pase de largo, sabedor de que es su última baza para seguir comandando Ferraz. No va a consentir que se esfume, se va a emplear como si fuera el último. Sacará a pasar sus más bajos instintos y hará de tripas corazón para que el Podemos de Iglesias le dé por fin el sí. Puede ser su gran día, por ello se dará una nueva oportunidad, sabedor de que será imposible de recuperar. Es la última de Sánchez, mañana puede ser su gran día, es su gran cita con Iglesias, dejando de lado a Ciudadanos que estoico aguanta desaire tras desaire, pero al tiempo, la reunión pospuesta desde el miércoles santo, puede convertirse en su condena, en su sentencia. Hay quien ya le niega públicamente, y más de tres veces.

La semana santa que tantos nuevos políticos observan desde esa desmedida y extemporánea laicidad políticamente correcta, cuando no desde la crítica más tosca posible, ha sido excusa para el impasse que sus señorías han decidido hacer en su trabajo, poniendo de relieve que, ante el gran impacto social y popular de la citada semana santa, poco eco iban a tener sus agotadoras cuitas. El oxígeno asistido que porta el líder socialista, que tomara para no perder momentáneamente el pulso en el seno de su partido, está a punto de acabarse, y no se vislumbra botella de recambio alguna.