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Semana Santa versus lencería

La semana santa en Salamanca, la tierra de donde provienen las entecas carnes que esto escriben, la recuerdo con una mezcla de extrañeza, estupor y un incontenible acojono. Eso sí que era traumatizante e imperdonable, no los reyes magos de Carmena. Aún se me encojen las asaduras al recuerdo de la cera caliente, los pies descalzos de los disciplinantes arrastrando cadenas, el estruendo de los tambores, los ojos de los nazarenos que a la que te descuidabas, te taladraban con una mirada siniestra y las esculturas ensangrentadas. Hay un paso, el de la flagelación, al que vulgarmente se le conoce como «Culo colorao y boca ratonera» que se convirtió en una pesadilla recurrente. Eran los sayones de tal verismo, que su fiero aspecto me acompañaban en mis terrores nocturnos.

Vienen estas liviandades y remembranzas a cuento por el revuelo que se ha formado con la irrupción de la portavoz del Ayuntamiento de Madrid en la capilla de la Complutense. Rita Maestre entró a saco, en plan reivindicativo, se quitó la camisa y lució un monísimo sujetador negro. Enseguida los adoradores de santos de palo se rasgaron las vestiduras y, si no fuera porque algunas tradiciones del sacrosanto catolicismo fueron desechadas hace tiempo, la habrían quemado en la hoguera. Los come misas y porta cirios que se escandalizan ante la visión de un querubín en paños menores, se muestran la mar de ufanos y contritos ante la representación de la tortura y muerte de un hombre. Mirado en frío y apelando a mi sentido hedonista de la vida, prefiero las gráciles turgencias de la señora Maestre que las dislocadas facciones de un Cristo en bárbara agonía. Que los torquemadas y los imagineros me perdonen.

Decía Cela, el orondo genio del idioma, que hay más personas prestas a escandalizarse que hechos escandalizadores. Sin querer enmendarle la plana al maestro yo diría que hay una peligrosa tendencia a escandalizarse por chuminadas y mirar para otro lado cuando de enormidades se trata. Enormidades como que en pleno siglo XXI, la civilizada Europa cierre sus puertas a los refugiados, que los venda como ganado, que estemos viendo a la puerta de casa las mismas imágenes, ellas por ellas, que veían nuestros abuelos. Que hayan vuelto las alambradas y el llanto de la desolación. Enormidades como la degradación de las instituciones. Ver entrar y salir de los juzgados a los que nos gobiernan. Como los casos de pederastia entre los que predican la decencia. Como los miles de suicidios que provoca la crisis. Como la lucha encarnizada por el poder que tiene felizmente desgobernado al país. Como el brutal atentado de Bruselas (acaba de suceder, ahora, hoy, martes. Descansen en paz las nuevas víctimas de la idiotez humana). Y pongan ustedes todos los «como» que gusten, que se los saben de memoria.

Que una criaturita se crea un adalid, una Juana de Arco, una heroína dispuesta a cambiar el mundo y se saque las mamellas en una capilla no deja de ser pecadillo venial o gamberrada propia de un exceso de juventud. Cuánto daría la otra Rita por tener que dar cuentas solo por lucir en paños menores. O mejor no, no lo imaginen. No me perdonaría amargarles el domingo.

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