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Crónicas precarias

La ronda de contactos del terror

El martes pasado, mientras me metía en vena el habitual chute de café matutino, estuve haciendo la enésima ronda de contactos para comprobar que todos mis amigos residentes en Bruselas se encontraban bien. El caso es que esa incertidumbre, esa angustia y ese optimismo infantil que sentía cada vez que mandaba un whatsapp son sólo una diminuta migaja de lo que experimentan cotidianamente quienes viven en una ciudad en guerra.

Claro que allí en lugar de realizar la ronda de contactos mientras le pones mantequilla a una tostada, la haces mientras quitas los escombros del salón. Además, la probabilidad de que la respuesta sea «Sí, sí, todos bien. Un beso» se va haciendo más pequeña con cada bomba que explota al otro lado de la calle. Así, día tras día, todos los días.

De todas formas, nos fastidia mucho que suceda en nuestras fortalezas lo mismo que se repite cada semana en Irak, Siria, Yemen o Nigeria. Ellos deben de estar ya acostumbrados y les dará igual un hijo muerto más o un hijo muerto menos, pero nosotros somos seres civilizados y esas cosas nos afectan mucho. Ya sabéis, hay madres, hermanos y compadres de primera y de segunda según lo que ponga en su pasaporte.

Ese horror que nos sobrecoge con la noticia de un atentado es precisamente de lo que huyen las miles de personas exhaustas que claman piedad ante las puertas de Europa. Si sentir tal pánico en vuestras carnes no os despierta al menos una ligera empatía, felicidades, os habéis convertido en unos individuos un pelín repulsivos.

Sobrevives al atentado en el metro belga, sales aterrorizado del vagón, caminas a oscuras sobre las vías y, cuando llegas a la superficie, te encuentras una alambrada, una dosis de gas lacrimógeno y un cartel que dice «A tu casa, chaval». Pues eso estamos ofreciendo a los refugiados a los que negamos el asilo.

Luego nos sorprendemos de que un hombre preso de la desesperación se quemara a lo bonzo en el campamento de Idomeni. O de que más de 4.000 personas fallecieran en 2015 intentando cruzar el Mediterráneo. Cuando la vida se vuelve insoportable, las prioridades saltan por los aires.

Eso sí, la UE podrá ser un artilugio despiadado, pero no actúa a lo loco. Para algo tiene un Nobel de la Paz «por su contribución al avance de la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa». Decidimos deportar a las víctimas de la guerra y el terrorismo, vale, pero después de llevar a cabo un montonazo de reuniones, mesas redondas, propuestas, informes y negociaciones. Y si se nos mueren unos niños por el camino, pues qué lástima. Pero con mucha diplomacia y mucho desayuno continental de por medio. Y si en España en vez de acoger a 16.000 personas como prometimos, aceptamos a 18, pues una pena, pásame la sal.

Por cierto, me ha llegado un certificado de retenciones de IRPF y ya sé en qué voy a invertir mi capital cuando me lo devuelva Hacienda: tengo pensado comprarme un estropajo para ver si frotando fuerte puedo quitarme de encima esta indignidad roñosa que se nos ha pegado a la piel. Hemos olvidado quiénes somos y de dónde venimos, la Historia se encargará de recordárnoslo y darnos una buena patada en el culo.

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