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Fernando Ramón

El desencanto que nos invade

Hemos sobrepasado los diez meses desde que aquellos que pregonaban las nuevas formas de hacer política conquistaron cuotas y parcelas de poder. En unas administraciones autonómicas más, en otras menos, en unos ayuntamientos sí, en otros no, con fórmulas que, en ocasiones, sumaban la aritmética del poder, haciendo caso omiso a voluntades mayoritarias, pero no determinantes, e incluso desdeñando ideologías de análoga naturaleza para fines partidistas o personalistas. Queda ya como un clásico de la teoría política que el fin de quien se lanza a la vida pública es alcanzar el poder y, una vez conquistado el logro, hacer todo lo posible por mantenerlo, para perpetuarse en él y eso parece que están aplicando esos que emergieron de la nada para intentar darle la vuelta al calcetín. Pregonaron nuevas formas, se conjuraron para que todo aquello que habían estado criticando durante tanto tiempo fuera barrido del escenario, enfatizaron con vehemencia para poder sustituir unas fórmulas caducas, trasnochadas por otras más directas, más participativas, más actuales y que fueran en consonancia con los nuevos tiempos. Hay que abrir las ventanas de las administraciones públicas para limpiar el aire fétido, podrido y corrupto, que pulula en su interior -repetían una y otra vez-, hay que inculcar a la ciudadanía que no es posible mantener unas situaciones que nos habían conducido hasta límites insoportables, se escuchaba reiteradamente. Dicho por rostros juveniles y desconocidos, articulados en una oratoria fresca, llevados a las plazas, a las calles, a los círculos, sonaba, al menos para algunos, hasta convincente.

Pero tras un periplo de diez meses, cierto que no excesivamente largo para poner en práctica todo lo que se preconizaba, nos hemos dado de bruces con la realidad. Hemos alcanzado a contemplar ya cómo todo aquello que durante tanto tiempo se había convertido en arma arrojadiza contra unos gestores de la cosa pública que se embriagaron del respaldo de las urnas para desbarrar y campar por sus anchas, como si de épocas bien lejanas a sistemas democráticos se tratara, todo aquello, decía, que iba a conducirnos hacia una realidad bien diferente, que se asemejara más a nuestros anhelos y deseos, parece que se lo ha llevado una bocanada de un viento bien diferente al que querían que circulara. Los episodios a los que estamos asistiendo de adjudicaciones directas y plenas de favoritismos, sin que se cumplan los más mínimos principios de libre concurrencia, sin transparencia, manteniendo el status quo de situaciones que por nada del mundo aseguraban que se iban a volver a repetir, de episodios oscurantistas que nos retrotraen a un medievo aunque con internet y redes sociales como objetos de compañía, de aferrarse al poder por encima de todo, han empezado a calar cual lluvia fina y ha comenzado a aflorar la sensación de desencanto. Ese sentimiento que emana cuando la ilusión por el cambio se diluye por los perversos efectos de quienes tenían que ser sus protagonistas directos, sus impulsores, los espejos de esa transformación y se están convirtiendo en protagonistas de situaciones del «quítate tú para que me ponga yo» y una vez lograda la cuota de poder que me corresponda, nada ni nadie me la va a poder arrebatar. Concejales en grupos de no adscritos, pero formando parte, en algún caso, de los equipos de gobierno locales, diputados autonómicos que no dejan su escaño, y ediles que no parece que estén muy dispuestos a renunciar a su acta tras visibilizarse prácticas nada ejemplificantes. A buen seguro que más de uno de estos políticos que se han convertido en epicentro de la actualidad estaban mucho más cómodos luchando y batallando contra los viejos modos de la política que intentando imponer los nuevos, o, como en su momento llegaron a expresar los desencantados de este país tras la transición democrática y el gobierno del PSOE, «contra Franco vivíamos mejor». O como escribió y musicó Lluis Llach: «No era això, companys, no es això pel que varen morir tantes flors, pel que vàrem plorar tants anhels. Potser cal ser valents altre cop i dir no, amics, meus, no és això».

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