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Tomás Mayoral

Cortar el nudo

De momento llegan a aeropuertos y metros como antes llegaron a restaurantes, discotecas, trenes de cercanías o torres gemelas. Pero quieren llegar a centrales nucleares, plantas químicas o instalaciones donde la catástrofe provocada con un atentado sería aún mayor. Hasta ahora hablamos de decenas, centenares o de miles de muertos y, siendo muchos, son pocos para ellos. Quieren millones. En realidad más, porque ellos lo que quieren es matarnos a todos.

Lo poco que sé sobre fanatismo no lo he aprendido viendo los vídeos de los asesinatos del Daesh, que lo único que enseñan aparte de su debilidad es lo bien que utilizan nuestras armas de comunicación masiva. Lo aprendí en un libro de Vargas Llosa que se titula 'La guerra del fin del mundo'. Aprendí de fanatismo porque el Nobel conseguía que te identificaras plenamente con los fanáticos religiosos del Brasil del XIX. En un soberbio ejercicio de arte literario, lograba que te convirtieras en uno de ellos, que sintieras por qué estaban dispuestos a dar su vida sin pestañear, a cometer un acto supremo o absurdo que ellos llaman inmolación, porque encuentran un sentido a su sacrificio, y nosotros llamamos suicidio, porque hemos situado la vida, al menos la nuestra, en la cúpula de los valores máximos irrenunciables. Creo que mucha gente debería leer o volver a leer este libro. Hay muchos puntos en común con la situación que ha dado lugar al Estado Islámico. Somos enemigos y es básico entender a tu enemigo. Entender por qué ellos nos quieren a todos muertos. Por qué el suyo no es un canto genérico a la muerte. Por qué su vida sí tiene valor para ellos hasta cuando se la quitan. Por qué la nuestra, no. Y por qué, y aquí está la clave endiablada del problema, no podemos renunciar a que la suya sí tenga un valor absoluto para nosotros. A nosotros no se nos pasa por la cabeza ni en sueños matarlos a todos, aunque tengamos medios para hacerlo.

Al Baghdadi y sus hombres de negro nos están enfrentando a un nudo gordiano. Como le pasó a los frigios que intentaban infructuosamente desatar el nudo de este mito clásico, nuestros gobiernos se afanan por luchar con armas convencionales para resolver un problema poco convencional. Los resultados son pobres. Alejandro cortó el nudo con su espada y descubrió que desatarlo y cortarlo era, en el fondo, lo mismo. Es bella la metáfora, pero horrible: al final siempre hay una espada resolviéndolo todo.

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