Resulta imperdonable visitar Cuenca por Semana Santa y no degustar una de las monumentales torrijas que preparan en los restaurantes de la ciudad. O Sevilla, sin acercarse a ese «santuario» del indicado dulce que dicen que es «Casa Ricardo», para relamerse con una de ellas.

Desconozco si en Elda, por estas fechas, algún hogar nazareno las cocina. Yo he tomado alguna en casas que gustan de la tradición gastronómica, pero no las veo en bares ni restaurantes. Una lástima que no se saque partido a tan suculento postre en la Semana de la Pasión, cuando ya tenemos hasta «legión» que porte el Cristo crucificado como lo hacen en Ronda o Málaga con el de la Buena Muerte, por poner dos ejemplos. Los «capillitas» están a la vuelta de la esquina. Ya lo verán. Y harán falta cronistas rigurosos -no «copipegas»- que analicen este espíritu importador de todo lo festivo que tenemos los eldenses, mientras lo que verdaderamente nos ha caracterizado pasa a un segundo plano o desaparece. ¿Recuerda alguien que se arrojaran cacharros de barro viejos desde las casas a la calle, con notable estrépito, para celebrar la resurrección del Señor?

Por cierto, que los que se van a comer las torrijas, y de las buenas, van a ser los seis flamantes secretarios de grupo político con representación municipal recién nombrados, después del interregno del año pasado. Doscientos dieciocho mil eurazos se van a repartir entre seis. Ahí es nada. Vaya si se nota el «nuevo talante» del gobierno local. Que levanten la mano quienes en este pueblo con título de ciudad cobren más de treinta mil euros al año por coger el teléfono y llevar la agenda al jefe.

Pero volvamos a las torrijas y a la Semana Santa eldense. Cuando lean estas líneas todavía no habrá salido a la calle la procesión general del Viernes Santo. Procesión que tradicionalmente han acompañado las autoridades municipales. Desde algunos grupos políticos locales ya se ha cuestionado esa participación apelando a la tan cacareada aconfesionalidad del Estado Español, como si se desconociera que en este país las procesiones, más que actos religiosos -que lo son-, constituyen manifestaciones culturales o costumbres populares arraigadísimas como cualquier otra. Está visto que asistimos a una política local de «gestos», que no de actos, como demuestra la insufrible «calma chicha» que se respira sin visos de cambio. Muchas palabras y pocas obras.

Tratándose como se trata de una ocasión inmejorable para lucir con solemnidad bandas al pecho y peinetas con mantilla, yo apuesto a que saldrán? al menos los principales. Y también la facción machucha de la legión. Para que así nuestra Semana Santa siga evolucionado y no se estanque, que es lo deseable en cualquier festividad arraigada. Solo faltan los «capillitas»? y las torrijas. A éstas las espero con delectación. Soy un lamerón; no les voy a engañar. O sea.