Siendo el sentimiento lo que perdura en el hombre a través de los siglos, ¿cómo no frecuentar la poesía, si es en el poema donde se encuadernan las emociones y, por tanto, la identidad natural humana? ¿Y cómo no seguir el hilo conductor de la poesía para ver cómo los distintos autores de la Historia han tratado de cincelar idóneamente esos sentimientos, tallados por el criterio estético de cada época? Nos reconocemos iguales en las emociones, aunque no concordemos en el pensamiento, modulable en cada época.

Todos los grandes temas poéticos giran alrededor de la vida y la muerte, de sus nexos, derivaciones o facetas: el amor, el dolor, la convivencia, la belleza, la pérdida, las ruinas... Todos pueden agruparse en dos grandes ejes: el canto a lo que se desea perdurable y el llanto por la mortalidad: el himno y la elegía. La poesía esencial es un muestrario de esas dos grandes pulsiones humanas; de donde se deduce que conocer el devenir poético es conocer el corazón del devenir social. Porque la escritura -todo arte- es la construcción de un yo egregio y perdurable alternativo al de esta vida.

Seguramente el primer poema fue el que se dijeran Adán y Eva: un escueto «Te quiero. Sobrevivamos juntos». Después, todos hemos estado repitiendo con distintos lenguajes y maneras aquel descubrimiento que, como tal, fue un estallido síquico de la creación, cuyo temblor sigue sintiendo cada nuevo corazón que nace a tan dulce escalofrío y tan difícil convivencia.

Se han sucedido las estéticas, búsquedas, concreciones: los Ovidios, Propercios, Manriques, Petrarcas, Garcilasos, Villones, Yepes, Donnes, Shakespeares, Quevedos, Bécqueres, Baudelaires, Nerudas? Y a pesar de las palabras, y con su sometimiento, siempre hay un poema que repite el tintineo de esos temas perennes, aunque perezcan las palabras que lo recogen, lo legan y lo actualizan. Incluso «podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía». Y no solo «mientras exista una mujer hermosa» -criterio que hoy suena misógino-, sino mientras exista un hombre vivo luchando contra la muerte propia y dando vida a la ajena.

Así que escoja cada uno su caudal de poemas, pero no se disperse entre las «novedades», que pocas veces son nuevas más que en el hecho de ser una nueva reedición de lo malo; elíjalo tras atisbar primero en la continuidad de lo esencial del hombre: en la sucesividad de las antologías que recogen responsable y centenariamente ese itinerario: para no perderse entre las plumas furtivas, sin conciencia verbal o con mala conciencia, porque no saben que hoy el libro tiene poco que ver con la literatura: en buena medida porque la enseñanza ya tiene poco que ver con la educación.

Paséese primero el lector por cuantos autores forman ya la plenitud troncal de la cultura porque las sucesivas generaciones se han reconocido en ellos.

Son muchas las recopilaciones que recogen lo mejor de cada siglo, o milenio; no todas con un criterio selectivo apoyado en el profundo conocimiento del antólogo. Conocimiento, exhaustividad y selección afortunada que sí se dan en el libro que da pie a esta nota y que recorre el movimiento poético en el que confluyen los anteriores y desde el que fluyen los posteriores: el Romanticismo. El título de la antología es Poesía del Romanticismo, realizada por Ángel Luis Prieto de Paula y recién editada por Cátedra.

Partiendo del «¿Quién que es no es romántico?», de Rubén Darío, ¿qué lector no encontrará su íntimo rostro en esas páginas?

La fuente de los libros es la vida; y darla es su desembocadura. Por eso los libros que no transmiten vida mueren rápidamente.