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Bipartidismo evaporado

La fragmentación del sistema de partidos español (se incluye a Cataluña) es evidente. No es el primer caso conocido ni parece que el irlandés vaya a ser el último ya que el Reino Unido, Alemania, Francia, Eslovenia y no digamos Italia y, evidentemente, Bélgica también tienen sus problemas en este campo. Alemania, sí, donde se tambalea la Gran Coalición, esa de la que se habla a veces aquí como remedio a todos los males posibles y a algunos más. Hay varias preguntas a propósito de esta tendencia que parece general si se añaden las fragmentaciones de la oposición en Cuba, Venezuela, Bolivia o Ecuador (tal vez Irán) y se excluyen regímenes de partido único como China, Vietnam o Corea del Norte.

La primera pregunta es sobre las posibles causas de este fin del bipartidismo, sea perfecto o imperfecto. Una respuesta viene de la crisis financiera que seguimos atravesando en la que el socorro a los bancos se está pagando con medidas muy duras de austeridad presupuestaria. No es la primera vez que sucede en Europa y parece que lo que pasa es que esa austeridad se aplica de manera que, partiendo de niveles altos de desigualdad social, produce niveles todavía más altos que fomentan el descontento, la frustración y la agresividad en capas importantes de la sociedad que tienden a echar la culpa al sistema de partidos existente hasta ese momento. No es, obviamente, la única causa, pero sí parece que es un factor a tener en cuenta.

Claro que está la excepción de los Estados Unidos. Pero hasta ahí no más. Lo increíblemente costosas que son las campañas electorales allí, hace que la financiación quede reducida a los que ya cuentan con el apoyo de los «aparatos» partidistas correspondientes. A las elecciones de fin de año concurrirán dos candidatos a no ser que los republicanos se asusten de Trump y, bajo manga, apoyen a un tercero en discordia con tal de evitar a este «anti-sistema» perfectamente inserto en el sistema. Como ha sido el caso con Sanders. Las primarias sí han mostrado fragmentación, pero ha sido absorbida por la business politics. No se puede luchar contra los elementos, pero el descontento y la agresividad en el electorado se podían constatar.

Es un caso a no olvidar. Sucede, y tanto que sucede, que hay críticos del bipartidismo que lo son en términos del «quítate tú, que me pongo yo» más allá de gags propagandísticos en asuntos irrelevantes pero que tienen foto y generan titulares. Hasta hay quien dice que Trump, de ganar, se verá que no es tan «anti-sistema» como vocifera (incluso frente al «aparato» republicano). Por lo que respecta a los hasta hace poco «emergentes» españoles, nada que añadir: es visible su paulatina integración en la «casta» antes denostada.

Porque es igualmente notorio que las críticas al bipartidismo realmente existente han desaparecido. Primero, porque ya no existe. De momento. Y, segundo, porque hay quienes están dispuestos a resucitarlo, solo que con otros actores que, esperemos, no tienen como modelo el del partido único.

¿Era tan malo el bipartidismo de «este país»? Pues no debió de ser tan malo cuando se practicó el harakiri, que sería la primera respuesta. La segunda es que pudo trampear con aquello que los partidarios del «Brexit», la salida del Reino Unido, repiten machaconamente: la evidente pérdida de soberanía que supone la pertenencia a la Unión Europea de donde vienen cartas y telefonazos indicando qué es lo que se puede hacer y qué no. Que se lo digan a Tsipras, en Grecia.

Aun así, no acabo de tener tan claro que el bipartidismo fuera tan malo. Malos fueron los bipartidistas, cierto. Pero, como sistema, es el resultado de decisiones del electorado que, eso sí, pueden ser convenientemente canalizadas por un sistema electoral propicio pero que, como se ha visto, este no es el causante del bipartidismo. Con el mismo sistema electoral tenemos una composición en las Cortes diferente a la que supuestamente tenía que haber producido.

Agua pasada no mueve molino. No voy a ser yo quien lo niegue. Pero no está de más echar una miradita a lo que se decía hace un par de años, compararlo con lo que (no) se dice ahora y preguntarse qué se podrá decir dentro de otro par de años. Entonces, ante aquellas críticas, lo que había que preguntarse era, simplemente, por qué se hacían y para qué se hacían. Después, pasó lo que pasó y los alternativos dejaron de serlo. Y más que lo dejarán de ser.

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