Incluso los que nunca llegamos a votarlos, celebramos su irrupción en el panorama político con una mezcla de curiosidad y esperanza. Podrían suponer el revulsivo necesario que tanto se echaba de menos en una izquierda hegemónica que, acomodada en el bipartidismo hacía tiempo había venido dando muestras de esclerosis ideológica y una alarmante desconexión con las necesidades más perentorias de la sociedad.

Alguien tenía que sacarles los colores, hacerles ver sus lacerantes contradicciones; que ignorar los desahucios, por ejemplo, era imperdonable y que no tenía un pase saltar de cabeza con el escaño aún caliente (o frío, me da igual) con sueldos millonarios a los consejos de administración de empresas que, privatizadas o no, sangraban mes a mes los exangües bolsillos de los ciudadanos de a pie. Por otra parte, sus propuestas, por descabelladas que pudieran parecer, les obligarían a poner en valor a la izquierda de siempre aquellos componentes de las siglas que el tiempo y sus políticas habían terminado por difuminar: la «S» y la «O» (socialista y obrero) .

Sus asambleas abiertas y novedosos métodos de participación, vete tú a saber si se acabarían por convertir en el bálsamo de Fierabrás, que diría el inefable Rajoy, la solución definitiva, en suma, a los desastrosos efectos que los cuatro años de gobiernos del Partido Popular habían acabado por provocar en todos y cada uno de los escenarios del panorama político nacional.

Es verdad que no tardaríamos en detectar algunos tics sospechosos: respuestas agresivas a preguntas de periodistas, votaciones que siempre ganaban los mismos o el torpedeo desleal a fuerzas de izquierda en la que alguno de ellos hasta había llegado a militar. Tampoco se harían esperar los rumores de su peculiar sistema de financiación o el exotismo de alguno de sus compañeros de viaje, caribeños o persas. Se las habían arreglado para canalizar la enorme ola del descontento y cabreo ciudadano del 11M en beneficio propio y a sus lomos se disponían ya, imparables, a colonizar las estructuras de poder; todo lo demás era irrelevante.

Sus resultados electorales fueron espectaculares para todos, menos para ellos, como pudimos percibir en la cantidad y calidad de odio que destiló Pablo Manuel Iglesias en el Congreso. La presa, el PSOE, estaba tocada, pero no hundida y tal era la obsesión por cobrar el «trofeo» que quienes no hace mucho no se definieran ni de izquierdas ni de derechas, con tal de arañar votos a diestro y siniestro, recurrían ahora a métodos estalinistas para pasar a cuchillo al sector crítico, y quemar así todas las naves del consenso con las fuerzas progresistas. Cómo es posible que llamen «madurar» a concentrar todo el poder decisorio en la firma de alguien que ha elevado a la categoría de «sublime» a Juego de Tronos, serie «cocktail», de la que ha confesado obtener inspiración. ¿Dónde quedan la transparencia, dónde los círculos y asambleas y dónde los novedosos métodos de participación ciudadana»?

Se han pasado de frenada en la maduración hasta llegar en sus planteamientos a lo «viejuno», a los métodos que tan en boga estuvieron a comienzos del siglo pasado. Lo de cursar el cese de Pascual bien avanzada la noche es de los más inquietante. Churchill decía que «la democracia es el sistema político en el que el único que puede llamar a tu puerta a las 6 de la mañana es el lechero» y aquí ni siquiera se tuvo la deferencia de esperar a esa hora, y lo más curioso, nadie a dicho ni «mu». ¿Son los mismos del 11M, o alguien nos está dando gato por liebre?

Y mientras todo esto pasa la ciudadanía ha de contemplar incrédula cómo nuestro presidente en funciones y Gobierno se superan a diario en indignidad eludiendo el control democrático del parlamento porque en el fondo la derecha siempre ha entendido que el poder les llega por emanación divina y los demás son advenedizos, unos arribistas de poca monta.

Es una peculiar forma de entender el ejercicio del poder en democracia que tiene también su réplica entre nosotros, en la Diputación en Alicante, a la que su presidente le ha dado por llamar Gobierno Provincial, aunque nadie le haya votado, ni él encabezado lista alguna a tal efecto. Eso sí, en un ejercicio sublime de equilibrismo, no deja de blanquear el «Sepulcre» en el que sustenta su cargo, con barra libre de liberados y un ejercicio del poder transversal donde los haya, viajes a Bruselas gratis total y contratación de imputados como asesores dos por uno y aquí paz y allá gloria.

Todo es poco en la defensa de los municipios más pequeños e indefensos empresa que apenas les ha dejado tiempo, de momento, para revisar los astronómicos salarios que se autoadjudicaron a inicio de legislatura y que hasta la fecha no han encontrado el momento de reconsiderar contrariamente a lo prometido.

La Diputación desde siempre ha sido una fuente de inspiración y ejemplo de creatividad en la gestión de lo público, cómo olvidar aquellas esculturas de Mortadelo y Filemón que Julio de España plantara en sus jardines, o el tanque ruso que él mismo mandara acondicionar sin reparar en gastos, para apagar incendios en la Sierra de Aitana; menos gracioso ha sido sin duda lo de «Pitu» and Cia., pero el rumbo que está tomando el ente provincial en esta última singladura es de lo más prometedor y seguro nos habrá de deparar episodios memorables. Todo se andará.