Enrique Granados (1867-1916), cuyo centenario de su muerte se cumple el jueves, e Isaac Albéniz forman una de esas parejas célebres que, junto con Cabezón-Salinas, Morales-Victoria o Falla-Turina, pueblan nuestra historia musical. De temperamentos distintos, estos pianistas-compositores catalanes se acercan el uno al otro en sus magistrales series Goyescas e Iberia. Romántico integral, las mejores páginas del lleidatà tienen un inequívoco aire de improvisación. Sus clases con Felipe Pedrell lo orientaron hacia un elaborado nacionalismo que parte tanto del folklore campesino como del urbano.

Aunque se inspira en distintas regiones, se fija especialmente en la madrileña, y en Francisco de Goya y su tiempo, al que consideraba el genio representativo de España. Las doce Danzas españolas rezuman el encanto de lo juvenil y una clara influencia de la música de salón enriquecida por el fundamento rítmico popular. Su unidad estilística no oculta una particular variedad. El propio autor tituló la cuarta Villanesca; la segunda, la popularísima quinta y la sexta, son conocidas como Oriental, Andaluza y Rondalla aragonesa.

Su interpretación en París de las pianísticas Goyescas le dio prestigio internacional. Subtitulada Los majos enamorados, esta música se acerca a las últimas obras de Albéniz por su fuerza evocadora y maestría técnica, sin tener el poder arrollador de Iberia. La ópera del mismo nombre, construida a partir de las dos suites, se estrenó en el Metropolitan de Nueva York con todos los honores. Con libreto de Fernando Periquet (realizado a partir de la música ya compuesta), trata los tiempos goyescos con personajes históricos (el torero Paquiro) e inventados, inspirado en ese rico mundo donde lo popular y lo aristocrático formaban una curiosa síntesis.

Las Tonadillas para voz y piano, sobre textos de Periquet, recrean igualmente el ambiente del Madrid de finales del XVIII y principios del XIX, recogido por Goya en el color amable de los Cartones para tapices, pero también en el dramatismo de los Caprichos y los Disparates. La tonadilla escénica dieciochesca era una pequeña obra cantada de carácter representable, cómico o popular. Granados llama tonadillas a estas canciones escritas, decía él, en estilo antiguo.

Tras el estreno neoyorquino de Goyescas (1916), el matrimonio Granados decidió, para mayor seguridad, regresar en un barco español. Sin embargo, la invitación del presidente Wilson para actuar en la Casa Blanca retrasó la vuelta. Llegado el momento, fueron a Inglaterra. En Liverpool embarcaron hacia Francia en el Sussex, torpedeado en el canal de la Mancha el 24 de marzo por un submarino alemán. A salvo en uno de los botes, el compositor vio a su esposa en el agua. Sin dudarlo, se lanzó al mar y murió junto a ella. En favor de la familia se realizó una suscripción internacional encabezada por el rey Alfonso XIII.

En su libro Granados: Poet of the Piano, el musicólogo californiano Walter Aaron Clark habla de la amistad de Granados con Gabriel Miró en Barcelona en los dos últimos años de vida del compositor, vínculo que se fortaleció cuando sus respectivos hijos cogieron el tifus. En acción de gracias por su recuperación, Miró escribió un pequeño auto sacramental, La cieguecita de Betania (El portalico de Belén), al que Granados puso música. Fue interpretado por los niños de ambos y Conchita Badía, alumna predilecta de Granados.

El señor Clark se pregunta hasta donde hubiese podido llegar la colaboración Miró-Granados, truncada por la prematura muerte de este. Menciona también la opinión de Francisco Márquez Villanueva, quien pensaba que el alicantino representaba el alma gemela de Granados en la literatura. Miró, más que Mestres o Periquet, era la persona ideal para sus libretos, a pesar de su poca disposición hacia el drama en verso.