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Fernando Ramón

Kafka entra en Fontcalent

La angustia, el laberíntico terror creado por una burocracia sinsentido, el absurdo que penetra en la vida cotidiana, tal y como lo planteaba el escritor del siglo XIX, seguro que se adueñaron de la benidormense Denisse cuando fue detenida en un rutinario control policial y encarcelada al ser confundida con otra persona que estaba en busca y captura, porque la perseguida por la justicia había utilizado su identidad. Esos diez días privada de libertad, esa doble personalidad creada a partir de una pesadilla que iba creciendo con el paso de las horas, esa sinrazón que la convierte en reclusa sin causa, son más propias de las páginas del autor de La Metamorfosis, que de un episodio de la vida cotidiana de una ciudad como Benidorm en pleno siglo XXI. Pasar de la noche a la mañana, de casa a la celda, sin ningún motivo aparente para quien sufre el desatino en un estado de Derecho tan garantista como el español, supone un agujero de no poca profundidad en una época donde la tecnología, la comunicación y las bases de datos se imponen a cualquier otra argumentación. ¿De tal gravedad eran los delitos que no había cometido ella sino la persona con la que la confundían? No parece que una condena de 21 meses por maltrato sea de tal gravedad para, al menos, cerciorarse de que no existe la más mínima duda de la identidad de la mujer buscada por ser prófuga de la Justicia. Es evidente que fallaron los mecanismos de comprobación de las huellas dactilares, requisito certero para hacer imposible la terrible confusión en la identificación personal, y está claro que el sistema no supo detectar la equivocación por lo que ahora se expone a tener que reparar a la víctima inocente con una indemnización por hacer que Kafka estuviera por diez días recluido en Fontcalent.

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