Por mucho que los partidos alardeen de transparencia y rigor en su lucha contra los desmanes, sigue siendo cierta la «ley del embudo» que aplican inmisericordemente: son extremadamente duros contra los rivales y tremendamente laxos con los compañeros. Y ya no hay diferencias -ni siquiera de matiz- entre los de la nueva y la vieja política; los de la nueva han adquirido rápidamente las peores mañas de la vieja, a tal punto que les están adelantando a paso de liebre. A la hora de disculpar a los suyos, el PSOE lo hace con Besteiro, el PP con Rita y Guanyar con Marisol o con Belmonte. Es cierto que la conducta no es comparable, pero de serlo, los comportamientos serían idénticos: los nuestros son buenos y los enemigos, el demonio. Ya lo dijo Sartre: «El infierno son los otros».

Los que hablaban de que los políticos emergentes surgidos de movimientos asamblearios iban a tardar dos telediarios en ser absorbidos por el sistema -yo entre ellos- pueden presumir, y al mismo tiempo lamentarse, de tener razón. Ya me gustaría haberme equivocado y que la norma a aplicar fuera mucho más dura para los propios que para los ajenos, pero no es así y seguramente no puede serlo desde el momento en que los políticos siempre piensan en clave personal y entre bomberos no van a pisarse la manguera. Los apoyos de un político son el aparato de su partido o la «familia» a la que pertenece y esa es la primera razón para no echarlos a las llamas cuando meten la pata o el cazo, pero la segunda tiene más peso: ¿Quién les dice que abierta la veda no vayan a acabar ellos mismos en la cazuela?

Los ideales son los ideales, pero la pela es la pela y, en diferentes grados, todos pretenden profesionalizar su gestión, unos para huir del paro, otros para comprarse un Opel Vectra (¿Se acuerdan de aquella grabación a D. Eduardo?) y los de más allá directamente para forrarse. Cuando en la política no te juegas la ideología sino las habichuelas no hay mucho espacio para la preocupación por los ciudadanos y sí mucho compadreo entre los que están en la pomada, los que quieren estar y los que de ninguna manera están dispuestos a ser desalojados. Y desde luego los pequeños dioses de los partidos cuidan de sus pequeñas criaturas mientras les son útiles, hasta donde pueden y un poco más allá.

Se supone que en todos los casos de defensa a ultranza de los propios existen razones ocultas. Tanto Rajoy como Sánchez se apoyaron en Rita o en Besteiro para auparse a la secretaría general de sus respectivos partidos y siempre se ha dicho que cuanta más información interna tenga un dirigente más peligro tiene para los que están en la cúspide. La exalcaldesa, que es lista y lleva toda la vida en esto, debe tener un carro de recuerdos y una pila de chismes, dimes y diretes que bien manejados pueden hacer temblar a ese señor mayor de gafas que se empeña en decir que sigue mandando. Y lo mismo pasará con el gallego, que es de los pocos barones que no le han hecho tururú a un tal Sánchez.

Lo que ya no se explica tan bien es la contumacia de Guanyar Alicante en defender casos indefendibles del ayuntamiento capitalino, que además están entre las características más execrables de cómo se hacían antes las cosas; vamos, en el «capitalismo de amiguetes». Que una concejala otorgue a sus compadres los contratos de su departamento es justamente lo peor que puede hacer cualquier gobierno; sea por obtener pelas para tu cuenta corriente o simplemente por amistad mal entendida es una golfada como la copa de un pino que no tiene ninguna defensa, ni antes ni ahora. Obviamente ya puede aducir los mil y un argumentos que todos han empleado antes que ella: que era la mejor oferta, que no tiene porqué discriminar a sus amigos, que porque yo lo valgo, etcétera, etcétera. Da igual, por pura apariencia hay cosas que no se pueden hacer, como contratar a tu familia en las instituciones, que por cierto hay casos a porrillo en los sitios donde gobiernan los emergentes (y en los otros también, pero esa era la antigua política y estos eran los de las nuevas formas de llevar al pueblo al poder, ese «empoderamiento» que no se les caía de la boca).

Nada nuevo hay bajo el sol y quien se crea que algo ha cambiado en esta nueva época que se lo haga mirar porque su ingenuidad es supina. Estaba claro que no nos íbamos a convertir en nórdicos de la noche a la mañana, pero corromperse tan pronto y luego defender lo indefendible simplemente porque son los tuyos?