Un río de enfermedades recorre nuestra vieja Europa. Caminamos juntos pero no revueltos. Tenemos un supuesto Gobierno Europeo pero es una colla de amiguetes incapaz de tomar decisiones que nos aíslen de algunos de los males que sufrimos tiempo atrás y que, recurrentemente, vuelven.

Los nuevos resultados electorales en muchos de los territorios europeos asoman la patita del fascismo y del populismo. Por un lado es terriblemente inquietante que algunos partidos racistas y fascistas de ultra derecha estén haciéndose hueco en los parlamentos nacionales. ¿Qué mierda hemos hecho con nuestros ideales para que vuelva esta escoria a tener representación popular? ¿Dónde quedaron esas imágenes de todas esas barbaries que se perpetraron en nombre de una raza aria que eliminó a millones de judíos? ¿Dónde quedaron las experiencias más dramáticas que pueda haber conocido la humanidad para que, de nuevo, hayan irrumpido estas fuerzas del mal?

Europa está más que enfermita. Sólo contemplar esas brutales y repugnantes imágenes de unos delincuentes holandeses humillando a unas pobres rumanas es síntoma del suicidio moral al que nos enfrentamos. ¿Qué educación recibieron esos malnacidos para doblegar a esas mujeres? ¿Qué Europa se queda silenciada ante esas imágenes que denotan una sociedad putrefacta? Ni un minuto de tranquilidad para nuestra justicia en perseguir a esa gentuza que fue capaz de echar monedas a esas personas como si echasen cacahuetes a unos monos. ¡Qué asco me dio ver a esos jovenzuelos cabrones!

Europa tiene la enfermedad de la vejez. Porque es incapaz de entender que el crecimiento demográfico es la garantía de una sociedad viva. Nos hemos acostumbrado, mal acostumbrado, a que no venga nadie para no molestar. Y esa es una de nuestras graves enfermedades. No tener población joven, véase cómo envejece nuestra España, es un síntoma inequívoco de pobreza futura. Claro que tienen que venir inmigrantes. Organizadamente, pero tienen que venir. Miles de pueblos de España se beneficiarían de una riqueza necesaria que es que nuevos niños la pueblen.

Europa está enferma de solemnidad cuando nos enchufamos todos los días a la televisión y miramos, sin pena ni gloria, a todos esos desplazados por las guerras atestados en botes con sus salvavidas. A todos esos niños llorando en busca de un tren que, a diferencia de los trenes nazis que los llevaban a la muerte, los lleven a la vida europea. Mientras una legión de burócratas bien pagados se encarga de organizar el caos, produciendo uno mayor. No hicimos esta Europa para que fuese incapaz de organizar un éxodo tan masivo de desplazados por su miseria. Pero después de tantos años de burocracia cansina y cara, se nos antoja brutalmente asqueroso que no sean capaces de organizar la llegada de tantas vidas rotas.

Ya está bien de manifiestos bien sonantes, mientras se agolpan los niños en barrizales con tiendas de campaña. Si esta es la Europa que soñamos todos, que la cierren y volvamos a comenzar. Ahora que Angela Merckel hizo una buena gestión de este tema, vienen los racistas a intentar cambiarlo. Porque detrás de cada una de las opiniones en contra de la inmigración está el silencio cómplice de la barbarie xenófoba.

Nadie dijo que sea fácil organizar un éxodo masivo de personas como el que hemos sufrido estos días. Pero la Segunda Guerra Mundial destrozó una Europa pobre y fuimos capaces de resurgir. Claro, nosotros también fuimos pobres y salimos en vagones y barcos de nuestras guerras. Pero de eso no se habla. Porque la historia no se cuenta. Solo vivimos de un presente fagocitador de ideas que nos trae a nuestro propio egoísmo.

La enfermedad de Europa es su incapacidad para pensar como unos verdaderos Estados Unidos de Europa. Si cada uno piensa de manera local, estaremos ante la gran debacle de los ideales europeos. No es fácil, pero nuestra querida Europa no se arregla con cuatro fascistas puño en alto, o cuatro profesores mediocres de medio pelo con tácticas populistas que sólo están pensando en el poder para su beneficio propio. Nadie dijo que la enfermedad de Europa no fuese incurable. Hemos sido un continente ejemplo para el resto del mundo. La democracia, la Ilustración y la verdadera esencia de los Derechos Humanos nacen aquí para expandirse al mundo. La enfermedad tiene cura, pero primero pensemos en las personas.