Revisando el otro día los anaqueles de mi vieja y pignorada biblioteca, escondido en el ángulo oscuro, hallábase un texto que, pese al tiempo marchitado, todavía me produce turbación intelectual e insomnio conceptual: «Qué hacer», del amigo Lenin. La versión que asomó a la confundida miopía de este humilde escribidor se corresponde con el tomo V de las Obras Completas de Lenin que pusiera en circulación hace ya varias décadas la editorial Akal. Y es precisamente en esta obra donde el revolucionario ruso, entre destierro y exilio, acuñó el término «centralismo democrático», un oxímoron tan didáctico que aún sigue enseñándose en las clases de gramática. Lenin -seudónimo que tomó nuestro héroe Vladimir del río Lena cuando fue desterrado por el Zar Nicolás II a Siberia- sentenciaba en su libro que los partidos comunistas debían estar estructurados de acuerdo con el principio del centralismo democrático, y que en ellos debía imperar a su vez una disciplina férrea que linde con la disciplina militar. Una inmaculada declaración de libertad comunista y democracia participativa; por eso les hablaba de oxímoron al referirme al título de este artículo. El libro-biblia comunista se publicó en 1902, y Lenin-Lena dejó este mundo proletario en 1924; eso sí asediado por la halitosis en la nuca de otro demócrata «avant la lettre», Stalin. Pero el legado leninista, mis respetados lector y lectora, sería transmitido a la Humanidad por el viento revolucionario del siglo XXI.

«Podemos» es un partido-movimiento-organización que nació de la horizontalidad, de los círculos convergentes y del principio de la toma de decisiones asamblearias a brazo alzado y gesticulación simbólica. Una vez destetado, y no precisamente en el Congreso de los Diputados y las Diputadas, Podemos se hizo mayor de edad y comenzó a formar estructuras algo más convencionales y rígidas sabedores sus líderes de que «la libertad es un bien tan valioso que hay que racionarlo», frase esta sentenciada en su día por el amado líder Lenin. El centralismo democrático hace su aparición en escena para frenar los intentos de democracia interna del partido. Ello explica que esta semana Pablo Iglesias -el amado líder- fulminara al secretario de Organización de Podemos Sergio Pascual, que era, casualmente, el hombre de confianza del número dos del partido Iñigo Errejón. En virtud del centralismo democrático se pasaba del brazo alzado al brazo cortado; recuerden, «mes amis», que Lenin aconsejaba la férrea disciplina lindante con la disciplina militar. Iglesias taponaba una severa crisis podemita abierta junto a otros focos rebeldes en Madrid, Galicia, La Rioja, Cataluña, País Vasco y, probablemente, el País Valencià y Andalucía. Todo en orden y a sus órdenes, venerado líder.

Como las crisis en los partidos comunistas herederos de Lenin y Stalin no existen, quien lo afirme será un conspirador externo; en este caso, el PSOE. Mientras el máximo responsable -por ahora- de los socialistas españoles, Pedro Sánchez, iniciaba una larga odisea a Ítaca para rogarle al líder podemita heleno Alexis Tsipras que haga de celestina para que Pablo Iglesias (el otro) le permita gobernar, Carolina Bescansa -de cuyo bebé no hemos vuelto a saber nada- culpa al PSOE de alimentar el discurso de división en Podemos. Se me antoja que el apolíneo Sánchez podría haber recurrido a otro oráculo griego más fiable dado que el «Sibilo» (si hay Sibilas hay Sibilos) Tsipras no ha acertado ninguna de las predicciones que le vendió a su pueblo respecto de la victoria contra la Europa de los mercados y los mercaderes. Hoy, Grecia se encuentra más humillada, más vencida y más derrotada que nunca no por la plutócrata Europa, no, sino por su populista e irresponsable líder. Buen ejemplo ha ido a buscar Sánchez en ese pintoresco Delfos de Tsipras.

Al comenzar Semana Santa, y ante el riesgo de que partidos de extrema izquierda, populistas e independentistas nos amarguen las procesiones por tratarse de actos vinculados con la religión católica, vale la pena cuidarse de cualquier decisión que en nombre del centralismo democrático puedan tomar estos políticos venidos de la estepa siberiana. De ahí que cúmplame recordarles a ustedes dos el fallecimiento del gran director de orquesta austríaco Nikolaus Harnoncourt, creador del Concentus Musicus Wien junto a su esposa Alice, eximia violonchelista de la Sinfónica de Viena. Si Mendelssohn rescató del olvido a Bach como gran compositor, Harnoncourt educó nuestros historicistas oídos con los instrumentos originales que debían acompañar su obra. La Semana Santa no se entiende sin escuchar la Pasión Según San Mateo que Harnoncourt firmara con el sello Teldec. Al hacerlo, pese al centralismo democrático, somos más libres. No tengáis ninguna duda, Pablo y Pedro (por cierto, uno se cayó del caballo y el otro negó tres veces a quien representaba; de eso hace más de dos mil años).

Silencio: las manos de Harnoncourt (gustaba dirigir sin batuta) anuncian el comienzo de la Matthäus-Passion; luego, con permiso del centralismo democrático y de Podemos, podemos escuchar la Johannes-Passion acompañados del Arnold Schönberg Chor. ¿Podemos desear algo más, Pablo y Pedro?