La celebración de la Semana Santa ha ido sufriendo cambios de forma que han desembocado a veces en actividades festivas más que espirituales. Es cierto que la hermosura de las procesiones, que la belleza de los pasos que nos muestran en las mismas, con su gran afluencia de fieles o simplemente ciudadanos que van a contemplarlos, pueden dar lugar a perder de vista el sentido profundo espiritual que esos días recuerdan a Jesús de Nazaret en todos los momentos de su vida terrenal.

La propia Iglesia ha ido cambiando algunas de las expresiones externas que nos ayudaban a entender o comprender la importancia de esas fechas. Desde aquellos momentos en que se cubrían toda clase de imágenes en los templos como una especie de sobriedad, de recogimiento, de penitencia. Hoy se conserva parte de ese mensaje con esa noche de Pascua, la Vigilia Pascual que comienza con todo apagado para ir descubriendo la luz de Cristo y su resurrección.

Después del Concilio Vaticano II ya solo se cubre la Cruz el Viernes Santo para ir descubriéndola poco a poco en los oficios de la Pasión.

Antes los nazarenos salían con la cara tapada en señal de penitencia pública de forma anónima. Hoy, aun cuando se supone que muchos de ellos lo harán en ese sentido profundo de penitencia, se hace como una manifestación externa que puede hacer perder algo de su significado.

Pero echas estas manifestaciones, yo personalmente tengo que decir, como costalero que fui hasta hace unos pocos años del Cristo del Mar en Alicante, que llevar sobre tus hombros, a veces con mucho esfuerzo (yo tuve una lesión que ya me impidió continuar) esa imagen, es como una especie de sentimientos que te llevan a compartir el sentido de la imagen, de sentir dentro de ti algo difícil de explicar. Llevas sobre tus hombros no sólo unas andas, sino que llevas en tu corazón un algo que despide la imagen, en este caso de Jesús, como en otros pueden ser la Virgen y otros pasos. Llegas a formar parte como un bloque con la figura que llevas sobre tus hombros y que va más allá del esfuerzo físico.

Sabemos que a Jesús se le encuentra en la celebración de la Eucaristía, en esos maravillosos sagrarios en donde como al Hijo Pródigo siempre nos espera. Pero no se puede olvidar, a veces se ha hecho, eso que se llama la piedad popular, una piedad que llega a adorar de alguna forma las imágenes que representan a Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas o crucificado. He visto a personas llorar de emoción a su paso, arrodillarse, santiguarse, es decir realizar manifestaciones de amor que yo estoy segurísimo llegan a su destinatario. El Señor, se ha dicho y a veces lo olvidamos, escribe recto por caminos torcidos. Que el Señor llama a cada uno por su nombre y lo llama cuando quiere y por los cauces que quiere.

Se olvida que no somos nosotros los que vamos a Jesús, aunque emprendamos el camino, sino que es Jesús el que viene a nosotros.

Ha habido veces que sacerdotes gestores de sus parroquias e incluso de más altura jerárquica, han querido hasta suprimir (como están queriendo hacer ahora determinados políticos) esas manifestaciones externas negando a los fieles cruzar un camino que lleva a la máxima expresión, como es llegar a través de ese ambiente de las procesiones o actos religiosos, al corazón de Jesús, de su madre, de su historia sagrada y recibir su correspondencia.