«Después de todo, no era todo más/ que ladrillos en el muro./ Después de todo, todos vosotros no erais/ más que ladrillos en el muro». Hace veinticinco que cayó el muro de Berlín, el muro que desde el este llamaban de protección antifascista, y los rockeros de Pink Floyd se marcaron en 1990 un antológico concierto con The Wall -El Muro-, probablemente el mayor éxito discográfico de los británicos. La primera edición del disco se había lanzado en 1979. El tema central hacía referencia a los ladrillos que la educación, las contrariedades, los fracasos con los que levantamos el muro que nos proteja del mundo y, también, de la vida.

El de Berlín cayó, pero se siguen levantando muros. El de Israel con Cisjordania lleva camino de ser un apartheid, y que con el muro de Egipto, hace de Gaza un gigantesco campo de concentración. O el que pretende extender Trump en la frontera con México. Más próximas son las de Victor Orban en Hungría y su negativa en redondo a permitir el paso a los refugiados -mientras ofrece la nacionalidad a los residentes en países vecinos de probado «origen» magiar- respaldado por dos tercios de sus conciudadanos. Le ha seguido Servia y Macedonia. También cerraron sus fronteras en el corazón de la UE Austria, Alemania, Gran Bretaña. Y no podemos olvidar las vallas de Melilla, las de las concertinas, esas afiladas cuchillas amenazantes para quienes intentan superarlas. Desde la muralla china hasta la que está levantando Europa todas pretenden ser la salvaguarda de los constructores, de una identidad y circunstancias frente a los otros. Los muros levantados por el temor a los otros, a los distintos, «pero amigo mío, has revelado tu/ más profundo miedo./ Y te sentencio a ser expuesto antes de que/ tus semejantes/ echen el muro abajo./ ¡Echen el muro abajo!» (la traducción y las letras entrecomilladas proceden de http://www.pinkfloydclub. com/LETRAS.htm).

La identidad y la fortaleza de la Unión Europea no está en el territorio, ni en el euro, ni en su potencia económica, militar o demográfica, ni siquiera en el Estado del Bienestar; estos y aquellos derivan de compartir un sistema de valores consensuados en décadas, los derechos humanos recogidos y exigidos en tratados y garantizados por el Tribunal Europeo derribaron el muro de Berlín. Cuando los fundadores de la Comunidad Europea quitaron las fronteras salían de la peor guerra que ha vivido la humanidad y se reunían con los que acababan de ser sus enemigos. El Tratado de Schengen, en vigor desde 1995, es hasta hoy la culminación de ese proceso de ciudadanía europea. Y quienes los están incumpliendo son los mayores beneficiarios actuales de la solidaridad europea, del sistema de derechos y libertades que celebramos con la caída del muro de Berlín; parecen estar «Esperando para seguir a los gusanos,/ esperando a abrir las duchas/ y encender los hornos,/ esperando a los maricones y a los negros/ y a los rojos y a los judíos./ Esperando para seguir a los gusanos./ (....)/ ¿Te gustaría enviar/ a nuestros primos de color/ a su casa de nuevo, amigo mío?/ Todo lo que tienes que hacer/ es seguir a los gusanos».

El muro no es sólo el de ladrillo, es la coraza, el caparazón, con que nos protegemos de los otros, nosotros somos «los ladrillos en el muro». «Completamente solos, o de dos en dos./ Los que realmente te aman/ caminan arriba y abajo, fuera del muro./ Algunos de la mano./ Otros juntándose en bandas./ Los románticos y los artistas/ se hacen fuertes./ Y cuando te han dado todo lo suyo/ algunos se tambalean y caen./ Después de todo, no es fácil/ golpearse el corazón/ contra el muro de algún tío loco».

«¿Puedes ayudarme?/ ¡Eh, tú! no me digas que/ no hay ninguna esperanza./ Juntos resistimos, divididos caemos». Los diputados, representantes de la soberanía popular, han acordado que España en la reunión del Consejo Europeo la legislación internacional. A pesar del disparate que algunos -la abogada del Estado y vicepresidenta Sáenz de Santamaría, entre otros-, repiten que el Gobierno en funciones no tiene que rendir cuentas en las Cortes. El ministro de Exteriores García Margallo no se ha tragado el sofisma, pero el ministro de Defensa, Morenés, o el propio presidente Rajoy van a crear un conflicto institucional. Luego se extrañan de que el resto de grupos no se sienten ni a negociar. ¡Que ya no tiene mayoría absoluta!