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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

¡Ay, los padres! Esos seres...

No sé cuánto le queda al Día del Padre. La natalidad en Occidente empezó a caer en los 70 cuando en España el número de nacimientos por cada mil habitantes era de 18,7 y, justo a los 40 años, el baremo se ha quedado escuchimizado. Andamos por el 9, que es de los más bajos de Europa a pesar del tantarantrán causado en su momento por la niña de Rajoy. El hombre hizo lo que pudo para remover a los indecisos pero, con su política, la cosa tampoco se ha animado en este aspecto. No tiene su día Mariano. Bueno, que más quisiéramos que fuese uno.

Como en tantos flancos, el asunto supera al menda. Mi padre se iba a currar antes de que abriera los ojos y, cuando regresaba después del consabido pluriempleo, su niño ya estaba roque. Del mismo modo, yo he disfrutado más de los míos cuando se han pirado de casa e incluso del país que cuando vivían bajo el mismo techo. Si a esto se une el avance en el rol de la mujer, gracias a las iniciativas de conciliación que hemos logrado implantar, más que hijos lo que criamos son huérfanos. En algunos casos, eso que salen ganando.

Una vez que lográramos las condiciones que tienen a su alcance los humanos en países escandinavos, Alemania y Francia, entre otros, podríamos plantearnos entrar por derecho, y no porque no queda otra, en la reinante dimensión anglosajona: tener o no tener hijos, esa es la cuestión. Egoísta, superficial, ensimismado es una recopilación de 16 ensayos de diferentes autores en los que la elección de no procrear gana enteros. Dentro de los mismos, Lionel Shriver, creadora de Tenemos que hablar de Kevin, manifiesta: «Durante mis años fértiles, he tenido tiempo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que continúa. Mi salud era perfecta y podría habérmelos permitido económicamente. Simplemente, no los he querido. Son muy desagradecidos». Aunque me quede sin regalo, no va desencaminada. Por lo único que tienen un pase las criaturas, sabido es: porque, de ser hijo, no hay quien se libre.

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