Según la Convención de Ginebra de 1951, refugiado es una persona que «debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda, a causa de dichos temores, acogerse a la protección de su país; o que careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda, a causa de dichos temores, regresar a él».

Las imágenes que a diario y desde hace demasiado tiempo vemos con las huidas masivas de millones de personas que, sin tener culpa alguna, escapan de guerras o de conflictos internos que en la mayoría de los casos se han montado por intereses geoestratégicos externos e inconfesables en su mayor parte son inadmisibles.

Especialmente sangrante son los casos procedentes de Siria, pero también de Irak, Afganistán, Libia, Eritrea, etcétera. Según ACNUR, en el año 2015 han entrado irregularmente en Europa 1.015.078 personas. Si las comparamos con las 59.000 que lo hicieron en 2008, podemos hacernos una idea de la tragedia actual. Y eso que gran parte de los refugiados se han instalado en Líbano, Jordania o Turquía. Curiosamente países ricos y cercanos como Arabia Saudita, Kuwait, Catar o Emiratos no se hacen cargo casi de nadie, prefieren financiar a grupos armados que prolongan la guerra. A ellos no llegó ni la fallida «primavera árabe». Siguen en esa oscuridad fundamentalista, casi medieval en algún caso, pero se les perdona por ser clientes y amigos.

La crisis ha destapado la hipocresía de Europa. Colaboradora necesaria en los problemas de los países de origen de muchos refugiados, se niega a asumir las consecuencias de políticas poco afortunadas. En vez de buscar soluciones a los problemas prefiere taparlos. Si no era escandaloso el cierre de fronteras, el maltrato y el desprecio a los refugiados olvidándose no sólo de Schengen y la Convención de Ginebra, sino de algo aún más importante: la tradición acogedora y democrática que, históricamente, Europa ha supuesto y que tantos colectivos hemos visto, españoles incluidos en muchos casos, ahora llega el Consejo Europeo del pasado día 7 y preacuerda un procedimiento para esconder el problema: cierre de fronteras y devoluciones en masa a Turquía para que, desde allí, reinicien el proceso. No sólo violan el derecho de asilo sino que entregan a los refugiados a un país de más que dudoso proceder democrático y que le cobrará a Europa un peaje en forma de subvenciones, no exigencia de visados y, especialmente, mirar hacia otro lado mientras aplasta a la oposición y limita las libertades ciudadanas.

Obligar a los refugiados a volver atrás, expulsarles a un país extraño que sólo los admite como moneda de cambio, es violar cualquier principio humanitario. Y a eso se ha prestado el señor Rajoy y, encima, sin querer consultar sus decisiones al Parlamento. Pretende el señor Rajoy ahora que está en funciones estar menos controlado parlamentariamente que cuando ha sido investido. Vivir para ver.

Y este mismo señor Rajoy es el que prometió, en 2015 y después de mucho esfuerzo, que España acogería unos 15.000 refugiados. Sólo ha acogido, hasta ahora, a 18 personas. Qué poca sensibilidad con semejante tragedia. Como tantos otros dirigentes de esta Europa oscura, prefiere dejar pasar el tiempo. Mientras tanto que los refugiados se busquen la vida como puedan, si es que no la pierden en el intento.

Sólo las protestas ciudadanas, con recientes manifestaciones y concentraciones está haciendo recapacitar a nuestros gobernantes. Los coloca delante del espejo de su injustificable comportamiento. Les haremos rectificar si luchamos todos juntos. La Humanidad también necesita manifestarse en acciones humanitarias.