Leo en una entrevista que Arturo Pérez Reverte vive en una casa que recuerda el universo de sus novelas, con maquetas de barcos, y armas antiguas, y un montón de artefactos maravillosos como el viejo catalejo ballenero que le regaló su amigo Javier Marías, y responde al periodista, y a concretas preguntas, que la melancolía o la nostalgia quedan compensadas por la lucidez, que somos lo que queremos ser y que cada uno tiene el mundo que se merece.

Y tengo ese recuerdo al atender a un paciente que me cuenta triste y preocupado que muchas veces no consigue ser él mismo, y le digo que ello se obtiene al conectar con su esencia, es decir, con sus valores, su individualidad y sus dones, capacidades y pasiones, para lo que tiene que conocerse y quererse con independencia de que haya cosas que quiera mejorar, pues solo desde la aceptación podrá cambiarlas.

En ocasiones no somos nosotros mismos para contentar a otros y creamos un personaje o representamos una función, y nada resulta más frustrante, por lo que tenemos que, con entereza aceptarnos con la firme intención de crecer y mejorar, pues no hay nada que me haga ganar más seguridad que ser fiel a mí mismo, sin que sirvan las comparaciones con los demás, porque somos únicos y diferentes y vemos el mundo con los ojos de nuestra experiencia, distinta a la de cualquier otro.

La persona que se niega a ser ella misma no puede tener autoestima porque sabe que es solo una imagen, y ser fiel a uno mismo implica un sentimiento de valoración, respeto, reconocimiento y consideración hacia la persona que somos, y la recompensa de ser uno mismo está en que resulta gratificante tener cerca a personas con las que podamos ser naturales, mostrando nuestros defectos y aun así sentirnos aceptados, lo que nos dará paz, serenidad y tranquilidad emocional, así como relaciones estables y satisfactorias.

Como en la película Hitch donde Will Smith interpreta a un frívolo agente de citas neoyorquino especialista en seducción, que acaba reconociendo que la mejor habilidad es la confianza y la voluntad para ser uno mismo.

O como ese reportero, periodista y escritor, llamado Arturo Pérez Reverte, que percibo personal, valiente, complejo, seguro de sí mismo, intelectual e independiente.

O como ese paciente que me dice, atento y sonriente, que ya no está triste y comprende que la mejor actitud para sentirse bien es ser natural consigo mismo, auténtico y sincero con su propia y definida personalidad.