Los hechos ocurridos en Madrid esta semana en la que un grupo de aficionados del PSV Eindhoven se dedicó antes del partido que les enfrentó con el Atlético de Madrid a burlarse de la pobreza de unas gitanas rumanas está dando la vuelta al mundo. Pero aunque todo el enfoque se ha realizado sobre la acción de estos energúmenos sin sentimientos, principios o valores humanos, que no los tienen, lo más preocupante fue el pasotismo de la gente que allí estaba viendo los hechos y que no hizo nada. Evidentemente, los aficionados del equipo holandés que estaban cerca de los autores de tan lamentables sucesos no hizo nada más que reír las gracias de sus paisanos, y por su omisión colaboraron con ellos por no hacer nada. Sin embargo, también fueron colaboradores por su pasividad todas y cada una de las personas que allí estaban que no cogieron a las mendigas y se les llevaron de allí para evitar que se produjeran estos incidentes, o les ayudaron de alguna manera para no tener que depender de las burlas de los aficionados, o pudieran practicarse detenciones por las fuerzas de seguridad.

No se puede exigir de nadie que intervenga frente a grupos de esta naturaleza, porque lo más normal es que de haberse producido les podrían haber agredido. Las hemerotecas están llenas de personas que han tratado de evitar hechos de agresiones de una persona a otra en la calle -muchas de ellas entre parejas- y que quien ha intervenido sea el que se ha llevado luego un golpe, hasta el punto de haber fallecido alguno de ellos. No se están exigiendo actos heroicos a nadie, pero sí actuar de alguna manera avisando a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado para que acudieran ante la posible comisión de hechos delictivos ante las reformas del Código Penal que sancionan los actos de odio.

Hay que recordar que los delitos de odio son aquellos incidentes que están dirigidos contra una persona motivados por un prejuicio basado en la discapacidad, la raza, origen étnico o país de procedencia, la religión o las creencias, la orientación e identidad sexual, la situación de exclusión social o cualquier otra circunstancia o condición social o personal. Y en un reciente informe del Ministerio del Interior se recoge que la cifra de «delitos de odio» registrada por las fuerzas y cuerpos de Seguridad en España, a lo largo del año 2014, asciende a un total de 1.285 incidentes, lo que supone un incremento del +9,6% con respecto a 2013. Los ámbitos que mayor número de incidentes registran son los de «orientación o identidad sexual» y de «racismo/xenofobia», que conforman un 39,9% y un 37,0% del total de hechos conocidos respectivamente. En relación con las tipologías (penales y administrativas) concretas, que se incluyen dentro de la definición de «delitos de odio», las ocho que destacan especialmente son las lesiones, el abuso sexual, las amenazas, las vejaciones leves, las agresiones sexuales, las injurias, y los actos racistas, xenófobos e intolerantes en el deporte y los daños. En cuanto, al lugar específico donde se han producido de la comisión de las conductas calificadas como «delitos de odio», más frecuentemente es el interior de las viviendas. Le siguen en esta clasificación los ocurridos en vía pública urbana y otras vías de comunicación, los establecimientos de hostelería y ocio, los espacios abiertos, los campos de fútbol y los centros religiosos.

En este caso los hechos se produjeron en la vía pública delante de muchas personas y en un sitio transitado. La humillación no solo fue presenciada por un número importante de personas, sino que fue grabada y luego difundida por las televisiones del mundo entero, pero lo que más llamó la atención es que «nadie hizo nada». Se estaban cometiendo unos hechos de humillación a personas en situación de pobreza marginal que eran capaces de ponerse a hacer abdominales con tal de coger unas monedas o intentar apagar un billete de cinco euros que un aficionado había quemado para hacerles sufrir cuando a ellas les hacía falta para comer, mientras ellos lo quemaban delante de ellas.

A veces no se infringe la norma solo por actuar, sino por no actuar. Y hay muchas maneras de intervenir sin arriesgarse a ser agredido en estos casos. Pero quedarse de brazos caídos es ser cómplice de los hechos que hemos visto, al menos por una conducta omisiva que puede tener su propia consideración y rechazo por la sociedad. Quedarse callado es consentirlo. Y lo mismo ocurre en otros hechos sobre luego nos quejamos de que no se hace nada. ¿Hacemos algo por evitarlo?