«Se puede mirar para otro lado y condenar al olvido a aquellos que simplemente tuvieron la mala suerte de nacer en la coordenada geográfica equivocada, en el momento menos oportuno; pero también se puede mirar hacia otro lado y hacer pequeñas cosas, para dejar de mirar hacia otro lado».

Tras más de cuatro años de guerra en Siria, millones de personas han tenido que huir y abandonar sus casas y todo lo que tenían para intentar buscar seguridad en otros países.

La emergencia de los refugiados sirios es una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo y las necesidades de estas familias siguen aumentando. Hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos... Todos han huido de un terrible conflicto que ha generado ya más de 4 millones de refugiados. Los países limítrofes están al límite, miles de familias están intentando sobrevivir como pueden en condiciones muy difíciles y muchos refugiados están poniendo en peligro su vida tratando de llegar a Europa.

El acto reflejo te lleva a apartar la vista. Mirar para otro lado. La imagen es insoportable. Un niño muerto bocabajo con la cara hundida en la arena al borde de la orilla donde las olas lo han dejado casi se diría que con delicadeza. Como si después de ahogar con violencia su cuerpo diminuto, hubiera sentido una repentina piedad que trata de enmendar lo irreversible. Así es esta Europa de los mandamases que, después de dejarlos morir, de empujarlos a la tumba del mar, dicen conmoverse ante su imagen pero no mueven un dedo más que para decir no, a mí no me los mandes. Parece que están esperando a que el agua se los trague para no tener ni que enterrarlos.

Menos mal que aún quedan ciudadanos y ciudades dispuestos a comprometerse. Que aún quedan personas. Que aún hay seres humanos que se apiadan de otros seres humanos y se lanzan a la calle a levantar la bota que pisa la cabeza de los refugiados y les dan calor, comida, una mirada, una palabra, un refugio, bondad. La que le falta a esos autómatas al mando, que echan cuentas con una sola mano cuando se rifan los lotes de asilados (cuotas los llaman) como si fueran cartones del bingo. Es fácil jugar a la lotería con las vidas ajenas cuando no las ves.

En realidad, encontrar una salida a la «crisis de refugiados» es un imposible, puesto que mientras siga la guerra en Siria y en Iraq, y la situación no cambie en Afganistán, decenas de miles de personas seguirán tratado de llegar a pie a Turquía y desde allí a las costas europeas. Es una anomalía demográfica, educativa, sanitaria y política que va a tardar años o décadas, en el mejor de los casos, en volver a la normalidad, sea lo que sea eso.

La UE tiene un problema y Turquía es parte de la solución. Para lograr su colaboración hay que pagar, hay que hacer concesiones y hay que mirar hacia otro lado ignorando la deriva autoritaria del gobierno de Erdogan. Obviar los métodos de lucha contra el terrorismo, las acciones contra los kurdos en la frontera, la persecución contra los medios de comunicación o el sistema judicial, etcétera.

Me da la sensación que nuestro Gobierno ha permanecido «totalmente inmóvil» ante esta crisis humanitaria y se ha visto superado por la solidaridad de la ciudadanía y de algunos ayuntamientos y comunidades autónomas.

¿Es que Europa ya no tienen corazón? Lo acordado esta semana en Bruselas con el Gobierno de Erdogan se resume en tres puntos: aceleración del proceso de entrada de Turquía en la UE, eliminación de la exigencia de visado para los turcos que viajen a la UE y pago de más de 3.000 millones de euros. A cambio, Erdogan se compromete a dificultar el flujo de los refugiados hacia Europa y a acoger a todos los que serán expulsados en las próximas semanas y meses.

Europa cierra la fortaleza para los futuros demandantes de asilo y compromete la estancia en su territorio de los que han conseguido entrar, más de un millón este año. En los planes de expulsión están incluidos los refugiados sirios, que podrían acabar de nuevo en la zona de guerra de la que escaparon. La UE se compromete a importar (usemos un lenguaje comercial, que es de lo que se trata) desde Turquía un número de refugiados equivalente al de los expulsados, se supone que tras realizar allá todas las comprobaciones de que son merecedores de ese asilo. «Equivalente» es un término demasiado ambiguo y más en manos de líderes poco valientes.

No podemos seguir mirando a otro lado cuando miles se ahogan aunque no los veamos y cuando se apelotonan en las fronteras porque por detrás les fusilan. Europa es responsable, tiene capacidad y no tiene más remedio que actuar.