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El turista accidental

¿Quién dijo que no hay vida cultural en Alicante? Vean: en una semana dos conciertos, una ópera, una obra de teatro y una película. Los conciertos, dentro de la programación de la Sociedad de Conciertos que mantiene la calidad de solistas y cámara en el grado máximo, la ópera (Rigoletto) en el Principal, a cargo de la empresa Ópera 2001, que cuida cada vez más sus producciones y que, a falta de los grandes montajes de los grandes teatros operísticos nacionales, cubre un hueco con representaciones muy dignas; y finalmente, y en cuanto al teatro de texto, la tercera obra de la que yo llamo «la era Sanguino»: El triángulo azul. Un montaje cargado de premios y que un servidor esperaba con mucho interés, pero que lamentablemente no satisfizo mis expectativas; tratándose de un magnífico trabajo global, se resiente de una dirección irregular que banaliza determinadas escenas musicales que pecan de reiterativas y que, debiendo conmocionar o emocionar al espectador, no consigue ninguna de las dos cosas, convirtiendo lo dolorosamente grotesco en inocua banalidad. La peripecia de los 7.000 españoles en el campo de concentración de Mauthausen, siendo un notable y gran esfuerzo, se queda en «lo que pudo haber sido y no fue». Eso sí, desde una ambiciosa altura teatral que se agradece, como sucedió con los anteriores montajes presentados por la nueva dirección teatral del Principal y concretamente con Reikiavik y la interesantísima Cuando deje de llover. Y todo esto viene a cuento de la queja expresada por la señora presidenta de la Asociación de Hostelería en cuanto a que la floja ocupación hotelera invernal se debe a la falta de complementos al consabido mar y playa, que haga más atractiva la estancia del turista. La actividad cultural citada es muy superior a otras ciudades de nuestro tamaño y características; la oferta gastronómica es enorme, los museos públicos y galerías privadas son casi de obligada visita, y el clima de esta ciudad no tiene parangón con cualquier otra. Nos perjudica no tener un Guggenheim, como Bilbao, o un Museo Picasso como Málaga, pero en conjunto Alicante ofrece suficientes atractivos como para hacer placenteros unos días de turismo y descanso, partiendo de la base de que el primer gancho para el turista es nuestro clima y el mar al alcance de la mano. Las actividades culturales servirían para completar su estancia, pero quizás no están lo suficientemente publicitados, misión que debería acometer de inmediato la concejalía de Cultura.Otra cosa es la ausencia de grandes eventos que sin duda atraen a cantidades ingentes de turistas aunque sean accidentales, siendo los grandes eventos deportivos (en Alicante solo la salida de la Volvo Ocean Race puede considerarse como tal, y no es anual) y los musicales con las grandes estrellas del rock y el pop que visitan muy pocas ciudades españoles, cuando aquí solo vemos, y en verano, las tres o cuatro figuras españolas (y gracias a la iniciativa privada) que pueden verse en cualquier parte. Falta pues, y en mi opinión, ambición de miras, basta recordar el «secarral» cultural y artístico de cada verano que, a excepción de un magnífico festival de jazz, convierte Alicante en una ciudad aburrida destinada sólo a ofrecer sol y playa, lejanos ya los tiempos del Festival del Puerto y del más reciente de Lucentum: los dos ofrecieron espectáculos de calidad a precios razonables, y los dos desaparecieron con los cambios de gobierno tanto en el Ayuntamiento como en la Diputación Provincial. Se anuncian ahora numerosos cruceros que harán escala en nuestra ciudad, constituyendo el verdadero turismo accidental, que no suele pernoctar en nuestro puerto y a quién solo interesa la gastronomía y las compras, y en todo caso una fugaz visita al castillo de Santa Bárbara. No es baladí, por tanto, la lucha de nuestro alcalde por mantener abierto el comercio (y no sólo en verano) los días fes

La Perla. «No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta de cuánto has cambiado tú» (Nelson Mandela).

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