La Gran Recesión que comenzó en 2008 ha afectado en su mayor parte a las clases medias y bajas de Europa y EE UU. Antes de la recesión, las cosas ya estaban difíciles. Los salarios subieron durante lustros menos que la inflación, el coste de la vivienda subió sin parar, la seguridad laboral disminuyó y las fábricas de gran tamaño (que son las que mejor pagan a su personal), siguieron cerrando y deslocalizado a países del tercer mundo que tienen costes laborales muy inferiores a los del mundo desarrollado.

Mientras tanto, los impuestos a los más ricos bajaron de forma constante desde los años 80, y la crisis ha disparado aún más las desigualdades. Estaba claro que toda esta injusticia iba a estallar por algún lado. En EE UU un tipo llamado Donald Trump, por el que nadie daba un duro hace dos meses, ha sabido conectar con esa gran masa que se siente explotada, estafada y llena de miedo. Porque a Trump no lo apoyan los ricos, sino los obreros. El 55% de sus posibles votantes son obreros afectados por las deslocalizaciones. Y en Europa, la cosa es parecida. En el Reino Unido, se ha disparado el UKIP. En Francia, Le Pen sigue subiendo. En Alemania, ha surgido de la nada el partido AfD. En Italia, 5 Estrellas. En Grecia, Syriza. Y en España?. Podemos.

Todos estos partidos están dirigidos por personas sin escrúpulos que se aprovechan del odio acumulado para dar recetas fáciles, en vez de arremangarse para trabajar en grandes y complejos acuerdos a nivel internacional que transformen esta globalización injusta en un comercio justo global, en vez de hacer reformas fiscales realistas que disminuyan la desigualdad. Para ellos, todo se reduce a que la culpa la tiene siempre el otro: el rico, el inmigrante, etcétera. Es lo de siempre: buscar un chivo expiatorio que aplaque a la bestia, algo bastante habitual en la historia. Eso me parecía a mí, lo habitual: se crea la injusticia, aparece el odio, y se aprovechan los cínicos.

Pero hace un par de días, vinieron unos amigos a casa con sus hijos. Mientras jugaban, nos comentaron, con una gran sonrisa, que su hija pequeña, que se estaba preparando para la primera comunión se había confesado por primera vez. Y al prepararse, indagó su conciencia sobre posibles errores o faltas. Una de las preguntas era si guardaba odio o rencor a alguien. Y cuando leyó aquello fue a su madre a preguntarle: mamá, ¿qué se siente cuando se odia? ¿Qué es tener rencor? La niña ni sabía, ni había tenido nunca memoria de odio o rencor. Y conociendo como ha golpeado la crisis y la injusticia a estos amigos, aquella pregunta me dejó totalmente descolocado. Había olvidado que pudiera existir aquella pureza, aquella luz. Había olvidado que en medio de nuestra injusticia diaria, banal y persistente, sigue existiendo una bondad irreductible. Aquellos padres, sufridos y golpeados por la injusticia de la crisis, jamás permitieron que se asentara en el corazón de su hija el odio o el rencor. Vale la pena, resistir en el bien. La pregunta de esta niña, vale todo el esfuerzo de mi generación. Es un balón de oxígeno con el que te puedes enfrentar al mal todos los días.