Todavía no se ha cerrado el acuerdo sobre migración entre la Unión Europea y Turquía y podría fracasar. Sin embargo, los expertos en derechos humanos indican que si finalmente prospera en los términos actuales dejaría sin efecto la convención de derecho de los Refugiados de 1951. Este acuerdo obligaría a todos los refugiados a regresar en masa a Turquía sin una evaluación individualizada; un país donde la mayoría de los refugiados no tienen acceso a las garantías del tratado de 1951: trabajo, educación y seguridad. Estos días las islas griegas son una extensión de campos de refugiados, y han empezado a florecer enfermedades propias de la Primera Guerra Mundial, ya olvidadas, como el «pie de trinchera» o afecciones en las piernas por la humedad y el barro de los que duermen con el cielo como techo.

El Gobierno en funciones de Mariano Rajoy se ha avenido a sumarse a este acuerdo, echándose a toda la oposición en contra. No han faltado los sepulcros blanqueados, como el ministro de Interior Fernández Díaz, que entrega la medalla de oro del Mérito Policial a la Virgen, y al poco no tiene empacho en pedir «no bajar la guardia para que la ruta de refugiados no se desvíe hacia España».

Recordaremos para quienes los hayan olvidado que España ha sido tierra de donde han salido exiliados y refugiados políticos exportando sufrimiento, los judíos en 1492 por Real Orden de los Reyes Católicos; los moriscos en 1609 en tiempos de Felipe III; los jesuitas hispanos en 1767 por Real Decreto de Carlos III; los republicanos españoles exiliados que en 1939 llegaron a los campos franceses de concentración del sur de Francia o en el norte de África, donde fueron recibidos con muy poca hospitalidad por el gobierno francés.

Y así llegamos al siglo XXI. Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial sirvió para sentar un mundo distinto, o así lo habíamos creído algunos. La construcción del sueño europeo se hizo sobre las bases Estado del Bienestar, de un continente pacificado y de la ayuda recíproca al exiliado político. Sin embargo, el principio de acuerdo con Ankara responde al fracaso del sueño europeo que hicieron posible en los cincuenta Monnet, Schuman, Adenauer o De Gasperi. En este acuerdo, Europa se muestra incapaz de organizarse internamente y abdica de sus responsabilidades colectivas a cambio de convertir a Turquía en una clara deriva autoritaria, en la guardiana de las fronteras exteriores de la Unión.

El descarado cinismo que supura esta acuerdo no es lo peor, pues el mismo ignora que la política de Turquía hacia los kurdos es a su vez una parte importante del problema de los refugiados, y también que los delirios políticos del presidente turco Erdogan y su visión neo-otomana de la región son un factor que aviva el conflicto de Siria. Estamos ante el fracaso del sueño europeo. Si la Unión hubiera dedicado una fracción de las energías consumidas en la cuestión de los refugiados a una iniciativa de paz diaria para Siria, tal vez no habríamos llegado a este escenario.