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Marc Llorente

El triángulo azul

Marc Llorente

Fusión de lenguajes

Teniendo en cuenta que se nutre de hechos históricos y que un libro con fotografías dio pie a los autores Laila Ripoll y Mariano Llorente a escribir esta obra sobre el horror nazi, podemos decir que el espectáculo, visto en el Principal de Alicante, circula por la vía del teatro documental. Pero no solo eso. La dramaturgia y la escenificación defienden la idea del teatro total como forma de ofrecer una fusión de lenguajes escénicos con sus elementos plásticos, musicales, textuales e interpretativos. Destaca la armonía entre la luz, el espacio, el sonido, la palabra y las acciones de unos comediantes que muestran los papeles en el ámbito de un diseño irrealista y de una acción teatral contada de modo narrativo. Así, el distanciamiento del teatro épico de Brecht se visibiliza en el premiado y preciso montaje de L. Ripoll. Los actores Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, José Luis Patiño y Jorge Varandela realizan una amplia labor expresiva, vocal y física, y Antonio Sarrió narra e interpreta al angustiado fotógrafo de Mauthausen con más sobriedad. El trágico esperpento en aquel campo de exterminio (en la Austria fusionada con Alemania en 1938) se intensifica con pinceladas negras y grotescas en los recursos y la exposición tragicómica de caracteres que sintonizan con la farsa popular. El foco de atención, con ciertos altibajos, se sitúa especialmente en una puesta en escena que engancha al público. Si el terror se convierte casi en un parque de atracciones en el filme La vida es bella, algo parecido ocurre en El triángulo azul con su espectáculo de variedades. Los músicos del Titanic tocaban mientras la nave se iba a pique, y los instrumentistas del campo de concentración, con sus ropas de prisioneros, reciben satíricamente a los que llegan, de todas las partes de Europa, y despiden a los ejecutados. Un esqueleto puede ser un chelo o pareja de baile. En suma, un homenaje a quienes dieron su vida por la libertad y a los siete mil deportados españoles que acabaron allí, a través de la Francia colaboracionista, y de los que se desentendió el Caudillo. Una pieza para neutralizar la desmemoria histórica.

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