En la historia reciente se han dado acontecimientos espeluznantes de suicidios colectivos que han acabado con la vida de cientos de personas, empujadas a la muerte por peligrosos visionarios. Son sucesos para los que no acabamos de encontrar una explicación razonable, más allá del grado de locura generalizada alcanzada por los suicidas de la mano de líderes quiméricos tan peligrosos como desaprensivos. Personas como Joseph Kibweteere, líder de la secta de «los diez mandamientos» en Uganda, quien en marzo del año 2000 convenció a sus seguidores de que había llegado el fin del mundo, por lo que tenían que encerrarse en su iglesia, rociarse con gasolina y arder como cerillas. Las autoridades locales rescataron cerca de 800 cuerpos calcinados mientras los vecinos aseguraban asombrados que no se habían oído gritos. Algo parecido ocurrió en 1978 en la Guyana, donde 914 personas lideradas por Jim Jones, fundador de la secta «templo del pueblo», murieron tras ingerir cianuro. Es cierto que en estos y otros sucesos similares no hay acuerdo sobre si fueron suicidios o asesinatos en masa, pero de lo que no hay duda es del grado de fanatismo colectivo que algunos personajes son capaces de alimentar entre la gente.

La política cuenta también con una larga lista de fanáticos que han generado hecatombes y catástrofes de distinta naturaleza. Y desde luego también con personajes que han llevado a sus formaciones políticas y a sus países a situaciones sin salida, como si quisieran provocar un suicidio colectivo, sin importarles el coste de su delirio. A juzgar por la situación política por la que avanza España, Mariano Rajoy parece uno de estos personajes, empeñado en llevar al país a una situación sin salida y a su partido a un suicidio político, mientras sus dirigentes repiten una y otra vez las mismas consignas destructivas, como si de cápsulas de cianuro se trataran.

Tras el fracaso previsto en la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y el inicio de la cuenta atrás para las próximas elecciones, el panorama político se antoja cada día mas enrarecido y las posibilidades para llegar a un acuerdo de legislatura más lejanas. Nadie puede negar al dirigente socialista haber tenido el coraje de dar el paso para presentarse a una sesión de investidura que no era nada sencilla ni cómoda, al tiempo que por el contrario, se presentaba tan erosiva como arriesgada. Predomina la sensación de que Sánchez ha salido más airoso del envite de lo que esperaban sus enemigos de dentro y fuera de su partido, algunos de los cuales deseaban que se cociera a fuego lento. Sin embargo, han sido en sus dos extremos, tanto Podemos como el PP, los que recogen un mayor desgaste y una notable desorientación política, como parecen apuntar los sondeos posteriores en términos de una ligera pérdida de apoyo electoral.

En el caso de Podemos, se han estrenado en el Parlamento en medio de una profunda crisis política en seis comunidades autónomas que cuestiona seriamente el modelo organizativo y de liderazgos sobre el que se ha construido. Desde el minuto uno, Podemos y su líder, Pablo Iglesias, no han parado de levantar obstáculos y arrojar piedras contra el PSOE y sus líderes, dificultando con ello las posibilidades de acuerdo. Las posiciones marcadamente enfrentadas que están teniendo otros socios territoriales como Compromís, junto al histrionismo sobreactuado de Pablo Iglesias, demuestra que las diferencias con el acuerdo programático firmado entre Pedro Sánchez y Albert Rivera son más personales que de contenido, algo que puede comprobarse si se analiza detenidamente lo que Podemos pedía hace un año y lo que reclama ahora.

Pero la posición del PP y de Mariano Rajoy parecen tan patológicas como destructivas, sin darse cuenta de que el presidente del Gobierno en funciones está completamente amortizado, como han empezado ya a reconocer algunos de sus dirigentes. Rajoy no quiere presentarse a la investidura porque carece de apoyos y niega esos mismos apoyos a los demás, mientras pide al resto de fuerzas políticas que le voten sin tener ninguna capacidad siquiera para sentarse a dialogar con cualquiera de ellas, como ha demostrado sobradamente desde el pasado mes de diciembre. Y mientras los sumarios, procesamientos e imputaciones por corrupción crecen día a día a su alrededor, Rajoy sigue reivindicando sus destructivas y contestadas políticas, asegurando que el PSOE no tiene otra opción que apoyarle. Si esto no es suicida se le parece mucho.

Pero hay quienes equivocadamente empiezan a hacer cálculos ante unas nuevas elecciones que no cambiarían de manera significativa los resultados electorales que se obtuvieron hace apenas dos meses, al tiempo que otros trabajan para encontrar un mirlo blanco aceptado por todos y que desplace definitivamente a Rajoy. En algunos mentideros se escucha con fuerza el nombre de Javier Solana. ¿Hacemos apuestas?

@carlosgomezgil