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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

P(M)I: más artificial que un ficus de plástico

Los profesionales de la comunicación nos olemos siempre -o casi siempre- cuando una declaración es parte del proceso mental de una persona y cuando procede de un libro de estilo o un argumentario, elaborado por respetables profesionales de la cosa. Normalmente el problema viene dado cuando el profesional no conoce suficientemente a quien va a hacer la declaración, con lo cual le da un cliché preelaborado, tan diferente del discurso bien enjaretado como la fabada de bote y la de Casa Gerardo: las dos llevan ingredientes parecidos, pero no es lo mismo ni por asomo. Cosa distinta es cuando el profesional reelabora el discurso mental de su «señorito» y añade claves y explicaciones, dando a unos argumentos en bruto un perfil más acabado y pulido.

Pablo (M) Iglesias (yo también le voy a distinguir de su antecesor en nombre y apellido, llámenme clásico si se les antoja) es un producto tan artificial como los ficus que adornan (¿?) algunas oficinas. Cuando surge el personaje alrededor de los grupos de «perroflautas» del 15M, P(m)I me olía ya a prefabricado y se diferenciaba horrores de los bien intencionados manifestantes que llenaban la Puerta del Sol o rodeaban el Congreso, y con los que -creo- tenemos una inmensa deuda de gratitud por haber acabado con el hastío y la inacción de los jóvenes en particular y de la sociedad en general. En aquellos tiempos P(m)I defendía el asambleísmo, los movimientos de abajo arriba y llevar a la «casta» las ideas del pueblo, eso sí, partiendo de un grupito de profesores de la Universidad Complutense que sigue siendo élite o por lo menos lo era cuando me licencié allí. Exactamente la misma élite que encabezaba los grupos troskistas de día mientras dormían en casa de sus padres de noche en el barrio de Salamanca.

Un movimiento sin líderes ni portavoces es asimilado por Podemos y se convierte en un partido que concurre a las elecciones europeas? con una foto de P(m)I en la papeleta. Ahí, o antes en la tele, incluso en las teles de ultraderecha, empieza el culto al líder que ya hemos visto en otros movimientos bienintencionados y que se convirtieron luego en figuras conservadas en formol y expuestas en la Plaza Roja (¿se llama todavía así en la Rusia de Putin?) o en el Valle de los Caídos debajo de una losa de granito. Es habitual de algunos que cuando se miran al espejo de las multitudes se creen los machos alfa del mundo, llamados por la plebe a encabezar su ascenso a los cielos. A partir de ese momento, cualquier contratiempo no deja de ser un palo en las ruedas con las que los malvados pretenden demorar al ungido de los cielos, al elegido de los dioses, al hombre «elegido por la providencia para salvar la Civilización» como decía la hagiografía oficial de un general chiquitito, maléfico y con voz de pito.

No me ha extrañado nada la reciente publicación de la «Estrategia de comunicación del secretario general», que en 38 páginas pone negro sobre blanco los defectos personales del líder que hay que corregir para llevar al huerto a sus electores dudosos, que los convencidos están ya en el saco. Lo que he leído me confirma que Podemos ha contratado a un equipo de comunicación muy capaz, que ha dado con la debilidad de los mensajes y los aspectos que más castigan los electores en su nicho de mercado (profesionalmente me quito el sombrero). Señalan entre otras el «endiosamiento/arrogancia de la cabeza visible de la formación» y proponen rebajar su prepotencia para acercarle al hombre de la calle (o a Rivera, jejé). Como quien paga manda, supongo, le dan la idea de que «Pablo tiene que volver a ser Pablo Iglesias, el tipo de la calle humilde, inteligente y ambicioso, razonable, pedagógico y transversal que pone palabras a los pensamientos y sentimientos de la mayoría». Como yo nunca he creído que fuese real el P(m)I de antes, me hubiese ahorrado los de «volver a ser» y me hubiese conformado con que tratase de «actuar como». En todo caso no deja de ser tirar de argumentario, tactismo y cálculo, todo aquello que un movimiento fresco denigraba de lo que llamaban «la vieja política», que mira por donde se ha convertido en la suya.

Nos ha pasado a todos: fuimos a comernos el Sistema y acabamos engullidos por él. No me extraña que ahora P(m)I tenga pinta de estar más cabreado que una mona viendo que se alejan sus sueños de ser vicepresidente, con mando en plaza en los Ejércitos, los espías, la televisión y las relaciones con las autonomías. El Enrique Ortiz de la política, si me permiten el símil.

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