No pretendo con el título de este artículo polemizar con la RAE sobre el uso de los adjetivos ni que me llame la atención la docta Academia al respecto (sobre todo su ilustre miembro Ignacio Bosque, autor del informe «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer» académico que estudió en el colegio de los Hermanos Maristas de Alicante al igual que este comedido articulista); no quisiera, digo, que me corrija Aurora Egido (académica que declaraba en El País no creer en las cuotas, sino en la igualdad de oportunidades) por el inadecuado tratamiento epistolar que doy a la lengua de Cervantes, al contrario. Pero es lo cierto que el imperativo categórico al que está sometida la sociedad por el llamado lenguaje inclusivo de género que con inusitado frenesí prodiga la nueva casta política en el poder nos obliga a estas piruetas lingüísticas para que todos y todas se vean representados y representadas en la comedia nacional. Con permiso del romántico Victor Hugo me apropio de parte del título de su novela homónima no por los parias de la tierra a los que dibuja en su relato, ni sobre el eterno maniqueo del bien y el mal que traza el maestro Hugo; los miserables y las miserablas que voy a referirles son la némesis de todo ello.

En la celebración del Día Internacional de la Mujer la policía de Estambul reprimió duramente con gases lacrimógenos y balas de goma una manifestación de mujeres deteniendo a varias de ellas. Turquía ocupa el puesto 130 de entre 145 países en el índice de desigualdad de género según el Global Gender Gap Report, al tiempo que los países islámicos ocupan los últimos lugares. Quisiera recordarles que el presidente turco Erdogan, el expresidente iraní Jatami y el expresidente español Zapatero fueron los padres de la Alianza de Civilizaciones, un oxímoron conceptual aplaudido con las orejas por todos aquellos progres que solo saben maldecir la falta de derechos humanos en Europa y en España. Frente a la presión de determinados grupos por hacernos creer que Europa y España constituyen sociedades distópicas, detestables, qué pocas referencias a la falta de derechos de la mujer en el mundo islámico hemos visto en las manifestaciones celebradas en España el pasado 8 de marzo. ¿Pocas?, no, ninguna. Mientras, las mujeres turcas son reprimidas, golpeadas y detenidas cuando pretenden reivindicar sus derechos. En España, por contra, nuestros nuevos gobernantes y gobernantas consiguen logros como el de semáforos con el icono de una mujer vestida con falda para equipararlo al machista símbolo semafórico de hombres en verde y rojo. Todo un logro? lo de la faldita.

Veremos cosas más asombrosas con la nueva casta. Por ejemplo el comportamiento de la alcaldesa de Barcelona en el Salón de la Enseñanza. Cuando dos militares del Ejército español del stand de las Fuerzas Armadas se acercaron educadamente a Colau para saludarla, ésta, delante de las cámaras y de los periodistas para que no haya la más mínima duda de sus intenciones, les espetó «Ya sabes que nosotros preferimos como ayuntamiento que no haya presencia militar en el Salón». Y dicho eso se fue la alcaldesa dejando a los militares en posición de firmes en educación y respeto. Al final, ese stand fue el más visitado del Salón. Es la misma alcaldesa, los mismos grupos y movimientos que se llenan la boca con «Refugees Welcome». Los mismos que critican a los gobiernos europeos por no poner fin a la guerra de Siria. ¿Por qué no van ellos y ellas cargados de caramelos y serpentinas a decirle al Estado islámico en nombre de la paz y el amor que dejen de asesinar? No, es mejor que vayan los militares. Si hay muertos y heridos que sean militares.

Habría que recordarle a Colau y a tantos y tantas que se han colado en el panorama político español qué hacen nuestras Fuerzas Armadas, la Guardia Civil, la Policía Nacional. Qué hacen para que atuneros vascos puedan faenar con seguridad en aguas de Somalia. Qué hacen para que niños, mujeres y ancianos indefensos puedan sobrevivir en tantos países de un África de horror y muerte. Qué hacen para que las mujeres puedan vivir en Afganistán sin ser lapidadas. Qué hacen para que los niños, especialmente las niñas, puedan ir a la escuela en Mali, Angola, Etiopía o Senegal. Qué hacen para desarrollar labores humanitarias en escenarios de guerra. Qué hacen para mejorar las durísimas condiciones de vida de tantas miles de personas atrapadas en el mapa del olvido. ¿Qué hacen? Muy sencillo: jugarse la vida, entregarla para que la Humanidad se avergüence menos de su indiferencia para con todos estos dramas. No lo olviden. Yo no lo hago, por eso sí prefiero sentir su presencia, que la sientan los más desfavorecidos. ¿Por qué no se da la señora Colau una vuelta por esos países junto a sus modernos y modernas que tanto pregonan lo que nunca estarán dispuestos a hacer? Pero no una vueltecita de un par de horas para la foto, no; unos cuantos años, como hacen los militares españoles. Y para mayor escarnio, Julio Rodríguez, quien fuera máximo responsable de nuestras Fuerzas Armadas, justifica y defiende a Colau. Qué papelón, mi ex general. ¿Diferencian ustedes dos ahora a los Miserables de Victor Hugo de otros miserables y miserablas?