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Bartolomé Pérez Gálvez

El mesías y su apóstol

Dicen que hay crisis en Podemos. La cuestión radica en determinar si se trata de un estado transitorio de la formación morada o un rasgo de su identidad, de «estar» o «ser». Me inclino por lo segundo. En cualquier caso, nada nuevo desde que hace diez meses asomó la tormenta con la dimisión de Juan Carlos Monedero. El que fuera ideólogo y cofundador de Podemos dejó la dirección del partido, criticando la estrategia política establecida con el objetivo prioritario de acceder al poder. En su despedida se mostró defraudado, desengañado y decepcionado por el distanciamiento de la nomenklatura podemita de sus bases, al tiempo que reivindicó recuperar el espíritu fundacional del proyecto. Además de estos motivos, hay otro que pesó en su decisión de retirarse de la carrera: el escándalo de las facturas por 400.000 euros perjudicó la imagen de la organización y los suyos le dieron de lado. En aquel momento, las elecciones autonómicas/municipales de 2014 estaban próximas y tocaba limar posiciones extremas, al igual que rebajar hostilidades con los de la «casta», de cara a hipotéticos pactos de futuro. Y, de aquellos polvos, vienen estos lodos en que andan inmersos.

El partido que fundó Monedero sostenía una línea más radical que el Podemos de hoy, que se ha ido moderando ante las perspectivas de gobernar. Nuevas estrategias para nuevos objetivos. Supongo que esa será la explicación de que poco, o nada, se parezca la formación que actualmente pretende conseguir mando en España a la que nació recogiendo el espíritu del 15-M. Manda narices que, en la era del cambio, se mantenga vigente la vieja sentencia de que la política tiene extraños compañeros de cama. Y prueba de ello es que Podemos flirtea estos días tanto con neoliberales cubiertos de piel socialdemócrata, como con grupos antisistema.

Libre de responsabilidades en el aparato, el profesor que se reconoce más cómodo en el ámbito de las ideas que en la gestión, la voz crítica que aporta reflexión desde la calle, conserva su condición de agudo agitador. Podemos surgió de una confluencia accidental de individuos que, aunque reunidos bajo una protesta común en el presente, no contaba con una orientación claramente definida hacia el futuro. Monedero aportó, en buena medida, esa unidad mental de las masas a la que hacía referencia Gustave Le Bon.

En su época de número tres, su protagonismo mediático competía con Pablo Iglesias y Errejón. No en vano asumió con éxito varias portavocías del partido. Ahora bien, el guión estaba escrito y para llegar a Moncloa era obligado suavizar el discurso y, con mayor o menor disimulo, entrar en componendas. La figura de Monedero, al margen de su error ético y estético, más temprano que tarde hubiera acabado siendo molesta. Cierto que le pillaron en una faena fea. Crear una empresa para esquivar la Ley de Incompatibilidades y cobrar 400.000 euros puede ser legal, pero también manifiestamente hipócrita para un revolucionario de izquierdas. Eso sí, Iñigo Errejón también se pasó por el forro la transparencia y el cumplimiento contractual al que está obligado cualquier trabajador. Contratado a dedo por un colega podemita en la Universidad de Málaga y, supuestamente, currando a muchos de kilómetros de distancia de donde debía presentarse cada mañana. Modificación de contrato, dijeron, por más que en ningún sitio constaba el acuerdo. A Monedero le pasó factura su error y con un breve y lacónico agradecimiento por Twitter, dieron por finiquitada su presencia. Adiós y gracias. A Errejón le perdonaron su pecado. Lo suyo es otra historia, Iñigo Errejón es un estratega escondido tras la cara de un niño. Y su aspecto de chavalín empollón le niega posibilidades de medrar a lo más alto. Pablo Iglesias, con quien está enfrentado aunque en Podemos es sabido que todos se quieren, lo sabe. El gran líder tiene una labia de la que muy pocos pueden presumir en este país. Sigo pensando que el tipo es genial en las distancias cortas, tanto como demagogo sobresaliente.

A la lucha de poder se le ha ido uniendo la confirmación de esa crítica que anticipaba Monedero en su despedida. Por mucho que el nuevo mesías reiterara la consigna de que «el cielo no se toma por consenso, sino por asalto», la realidad ha sido muy distinta. De la constante descalificación hacia el PSOE, el partido de Iglesias -remarco ese matiz de propiedad- baila con quien haga falta para llevarse el botín del bucanero. Benditos sean por haber hecho despertar a este país de cuán negativas son las mayorías absolutas. Ahora bien, lo de la vicepresidencia plenipotenciaria y sus cinco ministerios, era una manifestación patente de la pérdida de rumbo de lo que pudo haber sido una buena opción de izquierdas.

Por cierto, que si a algunos les escandalizó la propuesta de creación del Ministerio de la Plurinacionalidad, a un servidor le chocó bastante más la posibilidad de que el de Defensa fuera dirigido por un militar. De acuerdo que el último general que ostentó el cargo, Gutiérrez Mellado, supo ponerlos encima de la mesa para defender la democracia en aquel 23-F, mientras otros se aflojaban en sus escaños. Volver a militarizar un ministerio dirigido por civiles desde 1979, parece un tanto incongruente. Maduro también tiene a un ex JEMED como ministro de Defensa en Venezuela, pero imaginen qué diría Ada Colau.

Por mucho que dimita toda la directiva de Madrid, Galicia y no sé dónde diablos más, Podemos no está en crisis. Les decía que es cuestión de rasgo y no de estado. Podemos es la suma de millones de ciudadanos desencantados -en mi opinión, con más razón que un santo- pero con variopintos intereses que confluyen en un único interés común: derrocar a PP y PSOE. Detrás hay de todo: separatistas, múltiples familias de izquierdas e, incluso, algunos antisistemas que ahora viven de la sopa boba que concede ser titular de un escaño. Ya ven, no están en crisis, son la crisis, en sí misma.

Errejón sigue, a pies juntillas, el manual del perfecto propagandista. A su juicio no hay problemas internos. Se defiende del caos que reina en Podemos acusando a los malvados socialistas de someterles a un ataque. Recurre al principio básico de buscar fuera al enemigo, práctica habitual de todas y cada una de las dictaduras que han asolado este planeta. Es lo que tiene no evolucionar en una sociedad democrática y quedarse anclado en la historia. Siguen confundiendo a España con el bolivarismo, esa tendencia en la que la democracia es utilizada como instrumento de quienes defienden el pensamiento único.

Para tranquilizar a los que aún puedan seguirles, asegura que «Pablo y yo lo vamos a parar». El mesías y su apóstol. El problema es que algunos empiezan ya a estar hartos de tanto ególatra.

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