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Cal viva

Este país tiene una increíble habilidad para tapar su propia vesania, caer con asombrosa facilidad en el olvido y convertir las verdades en tabúes. Miramos para otro lado con la mueca del cinismo pintada en la cara. Ya no crían malvas las cuencas vacías, los ochenta mil cadáveres que se pudrieron en las cunetas víctimas de la furia ciega, de la idiotez más espantosa.

Un veintitrés de febrero de principios de los ochenta se intentó repetir la astracanada aun teniendo tan reciente la otra. La sangre no llegó al río aunque pudo, pero aún sigue la gasa del cinismo tapando la tropelía. Aún no sabemos a ciencia cierta qué pasó, quién estaba detrás de la bufonada. Enseguida se echa de ver que no tenemos expertos en elefantes blancos o si los tenemos, callan como putas para que el elefante no destroce alguna que otra cacharrería.

Durante casi medio siglo, la ETA tuvo como deporte reventar nucas y destazar inocentes. A esta danza de la muerte la adornaban con bonitos eufemismos, como el de lucha armada. Los carniceros eran gudaris y las conversaciones, acuerdos de paz. Hombre, se le podía llamar guerra a lo que hacían, lo que pasa es que eran ellos los únicos que tiraban, y tiraban a dar y daban con bastante tino y solvencia. Los únicos que tiraban hasta que llegaron los GAL. Creo que fue Borges quien dijo que no podemos matar al asesino del mismo modo que no nos comemos al caníbal. Bien, pues el gobierno decidió comerse al caníbal y se montó un party sanguinario de no te menees. Entre una sarta de chapuzas, bravuconadas y pasta gansa, que la muerte siempre fue un negocio rentable, se destapó la cloaca. Pero sólo aparecieron cuatro cabezas de turco a los que la cárcel les duró más bien poco. Y a otra cosa. Tampoco tenemos especialistas en ecuaciones, ni de primero ni de segundo grado. Nadie puede o quiere despejar la X. Las equis suelen acabar en este país, libres de toda culpa, orondos como budas, enriquecidos, y tomando el sol en un yate, cohíbas en ristre y un pibón al lado. Y sentando cátedra como oráculos de Delfos de chichinabo. La pana de Gonzalón bebe los vientos por la derechona. ¿Qué temerá cuando pide árnica al archienemigo? ¿Quizá que los partidos de nuevo cuño le resuelvan la ecuación?

El otro día, en el debate de la investidura/pantomima, Pablo Iglesias, dirigiéndose al candidato de gomaespuma, Pedro Sánchez, soltó una bomba de racimo a bocajarro: «Su partido fue también el partido del crimen de estado (?) El señor Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva». Y el tabú se tambaleó en tres cuartas partes del Congreso. El velo del templo de la verdad se rasgó en dos y hasta las cuencas vacías de los fusilados rompieron a florecer. Cuando se mienta a la bicha, todo se estremece. La contestación del ínclito González a tamaña acusación no fue la típica: «Te voy a meter una querella que se te van a descolgar las asaduras». González recurrió al discurso del odio y de la rabia. Y chitón. Y dicen en mi pueblo y quizá en el suyo, paciente lector, que el que calla, otorga.

Cuando a este país le quiten la cal viva que unos y otros le han ido poniendo, cuando alguien se atreva de verdad a quitarle la cal a la Historia de España, no habrá botafumeiros que alivien del hedor.

Pero nunca pasa nada. Y si pasa, no importa.

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