La habitación es una película dramática dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson, con intensidad y realismo, y por el que la estadounidense Brie Larson ha conseguido este año el Oscar como mejor actriz, interpretando con sentimiento y sutileza a una mujer sometida a un cruel cautiverio, emocionándome la compleja profundidad de la historia de cariño, lucha y coraje que surge del espanto narrado, y viéndome gratamente sorprendida por el actor Jacob Tremblay, interpretando a un niño de cinco años que ha nacido en el cobertizo donde su madre lleva años secuestrada y para el que la estrecha habitación constituye, con las explicaciones protectoras de su progenitora y su relación afectiva con ella, que resulta creíble y realista, su particular mundo.

Y es que, como sucede en la película, tenemos la capacidad de modificar la realidad de las cosas, ya que podemos interpretarlas, pensando lo que nos conviene, pues hasta en las situaciones más duras se puede construir una realidad que permita sobrevivir y seguir adelante. Así recuerdo el libro El hombre en busca de sentido del psiquiatra y neurólogo austriaco Viktor Frankl, donde cuenta su experiencia en el campo de concentración de Auschwitz y cómo, a pesar de perderlo todo y padecer brutalidades atroces, siempre pensó que la vida era digna de ser vivida, y cómo el sufrimiento puede ser una oportunidad de desarrollo, aprendizaje y sentido, afirmando que podemos mantener nuestra dignidad incluso en situaciones extremas, porque seguimos teniendo nuestra mente, nuestro espíritu y nuestra facultad de transformar la realidad o de interpretarla, y es que aunque no podamos cambiar una situación que produzca dolor, siempre se podrá escoger la actitud con la que se afronte ese sufrimiento.

Y así sucede en la película de Abrahamson donde la habitación es para Jack el lugar donde nació, vive, juega y aprende con su madre quien en el reducido espacio ha creado, con imaginación y fortaleza, un universo que intenta lo más feliz posible, encontrando en el amor por su hijo la razón de su existencia y el sentido de su fuerza en una emotiva y conmovedora historia, y pienso que me imagino a ese carismático profesional y admirado Leonardo DiCaprio contemplando el filme y, quizá, agradeciendo la incomprensible injusticia de que su añorada hora no haya resultado coincidente con la nominación de ese joven actor canadiense al que auguró una brillante carrera.

Con la hora que comienza. La de Jacob Tremblay.