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Testamento

Fue salir de la estación de Atocha y caminar hacia El Brillante, el conocido bar de la zona, para engullir un enorme bocata de calamares con una cerveza cero-cero, cumpliendo así mi rito habitual cada vez que voy a Madrid. Y a partir de ese momento conecté el piloto automático- teatral, tres funciones escogidas entre la vasta oferta madrileña. Caminando hacia mi cercano hotel me sorprendió la proliferación de papeleras-cenicero con los que, cada cincuenta metros, Manuela, como ya se conoce popularmente a la señora alcaldesa Manuela Carmena, ha abordado su campaña de limpieza ciudadana. Y, empezando por el final, si resumo mis cuatro días teatrales vuelvo con una palabra en la mente: testamento. El testamento de María, texto del irlandés Colm Tólbin interpretado por Blanca Portillo, se me presenta como uno de los espectáculos teatrales más importantes de los vistos en los últimos años, y que tiene como personaje único al mayor icono de los cristianos: la Virgen María. Para situar al lector: el autor es un novelista, periodista y dramaturgo irlandés que vivió unos años en Cataluña, una de cuyas obras, Brooklyn, sirvió de guion a la película del mismo nombre y actualmente en cartel. El director de la obra que nos ocupa es el mallorquín Agustí Villaronga, director de la premiadísima película Pa negre. Finalmente, Frederic Amat es un pintor (aunque abarca diversas disciplinas artísticas) conocido y valorado internacionalmente, que realiza aquí un descriptivo trabajo de la vivienda de María en su retiro en Éfeso. Es decir, cuatro nombres importantes cuya unión ha dado como resultado un espectáculo único. Mención aparte para la intérprete de la obra: Blanca Portillo realiza un ejercicio de sinceridad máxima, de profundidad y cercanía, de una humanidad sobre el escenario que conmueve al espectador; la actriz realiza aquí uno de los mejores trabajos de su carrera que, como los aficionados sabemos, está llena de aciertos tanto en teatro, cine o televisión. Para quien escribe, la señora Portillo es una de esas raras actrices que ronda la cincuentena, y que junto a Carmen Machi y Kiti Manver (por citar solo a dos) constituyen lo mejor de su generación. María es, sí, la madre de Jesucristo, pero aquí es simplemente una madre que cuenta su vida junto al hijo que abandona el hogar en la treintena para acometer su particular batalla redentora, y que ella no entiende muy bien; ni le gustan sus amigos (los apóstoles) a los que considera amistades peligrosas, ni comprende las intenciones de un hijo cuya muerte vive y sufre de cerca. Ningún cristiano, por ortodoxo que sea, se sentirá escandalizado ni herido por un texto de una rara inteligencia y de un escrupuloso respeto a un personaje histórico tan trascendental para el mundo cristiano en todas sus vertientes. El testamento de María es una producción del Centro Dramático Nacional, y por lo tanto debería verse en toda España; no puede ser que un espectáculo de tal categoría se restrinja a ser visto por unos cientos de privilegiados, porque se representa además en la sala pequeña del Teatro Valle Inclán del barrio de Lavapiés, de pequeño aforo, y que agotó todas las localidades en cuanto se pusieron a la venta. En nombre de los amantes del teatro exijo al Ministerio de Cultura, al INAEM y al Centro Dramático Nacional la correspondiente asignación presupuestaria para que el espectáculo se vea en toda España y no solo por los madrileños y visitantes que tengan la suerte de conseguir una entrada. La misma dificultad que existe para ver otra producción pública como es el interesante Hamlet de la Compañía Nacional de Teatro Clásic

La Perla. «Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras menos pleitos», (Baltasar Gracián).

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