El pasado lunes nos dejaste, nos dejaste sin hacer ruido, nadie se lo esperaba, y es que hasta el último día irradiabas energía por donde pasabas. A tus 93 años habías vivido gran cantidad de eventos muy importantes tanto para tu congregación, Las Hijas de Jesús, como para ti misma o tu colegio, entre ellas, la fundación de nuestro cole, las Jesuitinas como se suele decir, o la canonización de la mujer con quien todo empezó, Santa Cándida María de Jesús, que seguro estará orgullosa de usted.

Madre, han pasado ya bastantes años desde que usted me llevaba, junto con otro grupito de compañeros, a la clase donde nos enseñaba a leer, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Era en la clase donde se hacía psicomotricidad, y más tarde costura, pared con pared con la clase de Mercedes, la puerta daba a las pistas de baloncesto, y las ventanas a la de fútbol. En ese entorno tan tentador usted se encargaba de enseñarnos las letras, de unirlas, de pronunciar sílabas al verlas escritas, se encargaba de enseñarnos a leer en aquellas mesas que apenas levantaban 60 centímetros del suelo. Muchos años después aquí me tiene, escribiendo esta carta que sé que desde allí arriba recibirá con los brazos abiertos.

Recuerdo como aquel niño travieso que correteaba por los pasillos del cole, entre pista y pista, se asustaba cuando la veía aparecer de repente, y es que usted estaba por todo el colegio, me la encontraba en la pista de gradas y un minuto después se me aparecía en la Gruta, como si nada. Si tiraba un papel al suelo, ahí estaba usted, como si no hubiera más niños en el colegio, tenía un imán. Solo usted sabe los quebraderos de cabeza que le he dado, pero solo usted sabe el cariño que le tengo. Un día, como cualquier otro, volvió a sorprenderme en medio de las plantas y recuerdo sus palabras: «Nene, ¿qué haces en las plantas? Sal de ahí», con ese tono tan característico suyo que no era ni enfadado ni contento, ni agresivo ni compasivo, y me dijo que lo que tenía que hacer era coger las bolitas verdes, hacer un agujerito en el suelo y plantarlas. Así nació, con usted, mi amor por la naturaleza. Gracias Madre.

Usted también se encargaba de otras cosas, independientes a la educación escolar, usted nos llevaba delante de la Virgen, en la Gruta y nos ponía a rezar el Ave María, usted nos enseñaba a compartir, a respetar a los compañeros, a ayudar al amigo pero también al que no era tan amigo, nos enseñaba a entregarnos a los demás, y en definitiva, a ser buenas personas, como usted era. De usted aprendí que es más feliz quien ayuda al prójimo que quien no tiene problemas, que la vocación existe y que no hay nada más bonito en esta vida que dedicarte a lo que realmente te llena.

Hoy quiero darle las gracias Madre María, gracias por todo lo que ha dado por la congregación de las Hijas de Jesús, por su colegio, en el que ha pasado toda una vida, y por sus alumnos. Estoy convencido de que muchos de los que están leyendo esta carta han pasado por usted. El colegio es de todos los que hemos pasado por él, pero nadie más que usted puede decir que todos los que hemos pasado por el colegio somos suyos, por eso usted nunca saldrá de nosotros, siempre guardaremos un lugar en nuestro corazón para la mujer que nos enseñó a leer, a respetar la naturaleza y entregarnos a los demás. Sé que desde arriba seguirá cuidando de todos sus niños.

Desde aquí le mando un fuerte abrazo.

De su exalumno, Francisco José Pascual Molina.

Hasta siempre, Madre María.