Si en la divertida comedia de Wilder, Tom Ewel sufre el voluptuoso cuerpo de Marilyn Monroe como tentación en el apartamento de arriba, otro tanto le sucede a Sánchez, pero al lado, justo en la otra punta de su bancada, con tragedia de por medio, y con algún escarceo labial que pretende llevar a cabo su vecino, Iglesias, para sellar el pacto de compromiso, aunque sin la intensidad del mostrado a su compañero de grupo, el futurible ministro de plurinacionalidades. Sale Sánchez con cara de fracaso y con el ceño fruncido de una sesión de investidura en la que todos han quedado al desnudo, y en la que el líder del movimiento populista Podemos, no ha hecho más que propinarle zurriagazos parlamentarios con la chulería que es habitual en él. No contento con ello, el amigo del secuestrador Otegui, tacha de criminal al presidente González cuando, con toda la mala leche a la que la indecencia parlamentaria puede llegar, conecta en una misma frase la figura de éste con la cal viva empleada para enterrar a unos terroristas etarras. Aun así, con estos mimbres, Sánchez sigue insistiendo en la transversalidad del acuerdo de gobernabilidad con el concurso de los escaños del movimiento telegénico que le acaba de apalear e insultar gravemente en sede parlamentaria.

Los vecinos de arriba del grupo socialista en el Congreso de los Diputados son la viva imagen de la tentación para Sánchez, que impasible ante la derrota de su encargo real, sigue prendado e impresionado por este grupo de adanes de la llamada nueva política, a la que quiere enganchar su carro socialista en un romería que inevitablemente le llevara a la fagocitación, ya sea por dejarse vencer por la tentación y formar gobierno con ellos, o continuar con este baile de cortejo que le conducirá al desastre electoral en forma de «sorpasso». De fácil estimulación, Sánchez, sigue esperando en la orilla izquierda a las huestes de Iglesias en la convicción de que se unirán a sus diputados para llevar a cabo su lema plebiscitario de un cambio de progreso y reformista. Sigue sin querer ver que, aunque buena parte de los votantes de Podemos se sientan de la llamada izquierda sociológica, la abrumadora mayoría de la dirección y adláteres, son únicamente populistas, que sin ideología, ya ellos mismos decían aquello de que no existen izquierdas ni derechas al igual que otro movimiento como Falange que sostenía que había que superar la división entre izquierda y derecha para traer la justicia social, se han propuesto alcanzar el poder a través de usar en su discurso terminología de la más vieja y rancia izquierda radical del pasado siglo.

Sánchez, hipnotizado por el terremoto electoral que ha supuesto la entrada de Podemos en el Congreso, configurándose como tercera fuerza en escaños, a escasa distancia de su grupo y a bastante menos en votos, y agarrándose al cargo como una lapa tras salir derrotado en municipales, autonómicas y generales, con el añadido del reciente fracaso de la sesión de investidura, sigue instalado en su discurso del viaje a ninguna parte. Al tiempo que sigue tendiendo la mano a Iglesias, cuando éste se la rechaza constantemente mientras mantenga su acuerdo con Rivera, continúa rehusando acordar o dialogar con el Partido Popular, que es al fin y a la postre la única opción viable para conformar un gobierno de suficientes garantías que saque del impasse al que tienen sometido al pueblo español entre unos y otros.

La demagogia en el discurso propia de cualquier populismo que se precie, no debería de tentar al socialismo patrio. Veinticuatro horas han tenido que pasar para que el líder socialista conteste, por cierto, con las mimas palabras que lo hizo Felipe González, al grave insulto proferido contra su partido y su figura más representativa en estos casi cuarenta años de recuperación democrática en nuestro país. Cualquiera que quiera examinar las proclamas del movimiento liderado por Iglesias, observará con nitidez que se ajustan a la definición de populismo y a sus principales características, entre las que se encuentra la negación al disenso político, autoafirmándose como únicos exegetas del pueblo. La instigación al deseo de consensuar con el movimiento adánico, además de la levedad en las merecidas críticas, no conduce más que a un callejón sin salida que puede no remediarse ni siquiera con otras elecciones. Quizás los protagonistas en, o tras el 26 de junio sean otros, y no me refiero a los partidos. La solución, quieran o no los actuales actores, pasa por el pacto entre socialistas y populares, a no ser que las urnas den a alguien mayoría suficiente.