Dijo Julio Anguita que le hubiera gustado conseguir el éxito electoral de Podemos que él no logró porque fue incapaz de superar una vieja contradicción: mantener puros los sacrosantos principios de la izquierda y a la vez hacerlos posibles con un discurso atractivo y factible que cautivara a una mayoría social. Es un dilema casi tan antiguo como el mundo: Arthur Koestler lo situaba en la antigua Roma, en la rebelión de Espartaco: algunos esclavos sólo anhelaban que el mundo los aceptara; otros, querían cambiarlo. Acabaron crucificados.
En apariencia, Podemos sí ha triunfado donde fracasó Anguita. Han sido sus cachorros universitarios expertos en marketing electoral quienes han obrado el milagro: ser de izquierdas y ser muchos. Pero aún así, en cada paso que da, Pablo Iglesias sigue enfrentándose a la misma contradicción: a la dicotomía eterna entre el posibilismo y el asalto a los cielos. Le ha vuelto a pasar ahora, al verse obligado a escoger ante dos caminos: abstenerse para permitir la investidura de Pedro Sánchez y su pacto con Ciudadanos, un argumento pausible para Podemos porque hubiera significado apartar del poder al Mariano Rajoy de la corrupción y la reforma laboral y sustituirlo por un nuevo gobierno que regenerara el país; o un verdadero asalto a los cielos, abjurando de cualquier componenda con Albert Rivera y forzando al PSOE a pactar con el resto de las opciones progresistas y nacionalistas.
Iglesias se ha decantado por esta segunda opción. Lo ha hecho por dos razones. Primera, porque cada vez que Podemos se ha desviado de incendiar el firmamento y se ha aproximado al posibilismo de la socialdemocracia, que encarnan los barones socialistas y el legado de Felipe González, ha perdido expectativas de votos: su caladero electoral se nutre en gran parte de gentes que ansían una verdadera política a la izquierda del ordenado progresismo europeo; que sueñan la política que soñó Anguita sin el dogmatismo de Anguita.
Pero Iglesias sobre todo ha dicho no al binomio Sánchez-Rivera porque ese pacto de izquierdas y periféricos es aritméticamente posible en Madrid y, como lo es, deshace el argumento de los socialistas que le afean haber votado lo mismo que Rajoy, el no a Sánchez. El líder de Podemos les contesta que al fin y al cabo él sólo sueña con reeditar el mismo esquema de pactos establecidos por toda la geografía española, desde la Generalitat Valenciana a grandes capitales como Madrid o Valencia. Este plan se ajusta como un guante al marketing estratégico que tan bien le ha ido a la formación: una especie de «frentepopulismo» que logre forzar al PSOE a cumplir con la «O» obrera de sus siglas y donde quepa otra gente amable, enrollada y heterogénea: no exactamente de la órbita de Anguita, demasiado trasnochada, demasiado pura, pero sí quizás Garzón y sobre todo colegas mucho más modernos como Mónica Oltra. No es extraño que la vicepresidenta del Consell abriera este sábado la puerta a que Compromís ocupe un ministerio.
Un futuro gobierno en Madrid con Sánchez, Iglesias, Oltra y otros socios tendría un grave problema: el asalto a los cielos que propone, si es coherente, chocaría de frente con las políticas austeras que exige la Unión Europea. Y ésa es una nueva contradicción a la vista. Otra vez a ver si te acepta el mundo o lo cambias.