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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Peces virtuales

ay propuestas buenas, propuestas malas, propuestas tontas y, directamente, propuestas inenarrables. La ensalada de siglas en que se ha convertido la política da a muchos frikisla varita mágica de gobiernos alternativos y acciones muy minoritarias. Es verdad que en muchos casos la llegada de personajes pintorescos sirve para la regeneración de la vida pública, pero en otros consigue que algunos ciudadanos se partan de risa. No es lo mismo plantear estupideces desde la oposición que desde el gobierno, desde una asamblea en la calle con media docenita de iguales que en una institución. Tampoco exageremos: no es lo mismo robar con las contratas municipales que plantear un acuario con peces virtuales; uno es un delito y lo otro una bobería.

Ya he contado a veces que el buenismo y lo políticamente correcto me ponen a mil y -como dice Woody Allen de la música de Wagner- me dan ganas de invadir Polonia. Los españoles, que hemos sido muy crueles con los animales (recuerdo a compañeros de clase haciendo volar lagartijas con petardos), evolucionamos afortunadamente hacia conceptos completamente alejados del maltrato animal, pero digo yo que será diferente un perro que un paramecio o zapatilla y ambos son animales. He tenido durante muchos años en mi casa un acuario razonablemente grande sin sentirme un criminal, más bien un estúpido por la pequeña fortuna que me gastaba en peces y plantitas, por no hablar del mantenimiento que hay que dedicar a la cosa. Mis hijos miraban nadar los pescaditos y tampoco se han convertido en peligrosos asesinos en serie, pero a lo mejor nuestro caso es una excepción y Hitler se crió entre acuarios de agua salada y, descubriendo cómo a veces el pez grande se comía al chico -se dan casos- le dio la idea de escribir «Mein Kampf».

Dicen que los peces tienen memoria instantánea, por lo que les da lo mismo estar entre 200 litros de agua que en el océano más profundo. Siempre me ha parecido más cruel encerrar a un canario en una jaula que a un pez luchador de Siam en un acuario y era muy relajante contemplar los lentos movimientos, los preciosos colores de los peces tropicales y el verde de las plantas. Es verdad que antiguamente los peces de acuario se extraían de la naturaleza y eran muchos los destrozos en el medio ambiente y pocos los que llegaban vivos, pero ahora -por lo que tengo entendido- los peces se crían en cautividad como las vacas, los pollos o los cerdos que criamos para matarlos, que supongo que será el no va más del maltrato animal.

El acuario de la Plaza Nueva era una hermosa atracción para muchas familias que no tenían sitio en casa para un acuario ni buceaban con botellas de ver a especies del Mediterráneo navegando perezosas por el tanque. De paso consiguió que las terrazas de la zona se llenaran de padres que dejaban tranquilamente a sus hijos contemplando los atunes y las caballas mientras se tomaban una cocacola y una ensaladilla. Si mi acuario era difícil y caro de mantener, imagino lo que debe costar abrir la persiana del de la Plaza Nueva, pero mucho más costará el de Mónaco o el de Santander, o el del Oceanográfico de Valencia, que son lo que una ballena a un guppy, también llamado «poecilia reticulata» y que es un minúsculo y humilde pez de acuario monísimo él.

Si se imaginan los animalistas que da lo mismo ver un atún nadando que en una pantalla andan perdidiños: todos vemos suficientes reportajes del National Geographic en la tele como para molestarnos en bajar a los niños al centro. Es como comparar una entrevista de verdad con el plasma de Rajoy.

Así que la propuesta es genial, se conoce que se inspiraron en la canción de Sabina: «(?) el cristal de los acuarios /de los peces de ciudad /Que mordieron el anzuelo,/que bucean a ras del suelo,/ que no merecen nadar. (?) el cristal de los acuarios /de los peces de ciudad/ Que perdieron las agallas /en un banco de morralla, /en una playa sin mar».

Y de las corridas de toros habrá que hablar algún día, pero no creo que sea la «próxima semana», me pasa como a Sánchez, que tampoco lo cree.

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