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Bartolomé Pérez Gálvez

Estilos de vida

En este maremágnum que, eufemísticamente, denominamos Unión Europea vamos bien servidos de barómetros de opinión. Por tanto, a estas alturas no debería de ser noticia el lanzamiento de una nueva serie de encuestas; pese a que la iniciativa esté liderada por Valéry Giscard d'Estaing y bendecida por el mismísimo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Tampoco es sorprendente, ni excepcional, esperar que los resultados obtenidos acaben por influir en las decisiones políticas o económicas. A ello aspiran los promotores de REIsearch, una plataforma de opinión que debuta en sociedad con un sondeo sobre las enfermedades crónicas, un tema inusual en este tipo de análisis sociológicos. Y eso sí es extraordinario.

Toda consulta a la ciudadanía, con independencia de su finalidad, genera cierta movilización del pensamiento crítico. Sin duda, un ejercicio positivo. Otra cosa bien distinta es que un sondeo por internet se otorgue la representatividad del conjunto de la sociedad europea, algo que no parece metodológicamente correcto. Cuando así ocurre -y este caso parece ser un ejemplo de ello- el verdadero objeto de la encuesta suele ser el inverso del declarado: no se trata de conocer cómo piensan los ciudadanos sino, más bien, de influir en sus creencias y modificarlas. Cabe pensar en una burda manipulación sociológica, disfrazada de inocente estudio demoscópico.

Entremos en materia. El primero estudio que desarrolla REIsearch dice preocuparse por la opinión que tenemos los europeos sobre las enfermedades crónicas. Insisto, hasta aquí es de agradecer pero enseguida surgen las sombras. Para empezar, es llamativo el peculiar concepto de enfermedad crónica por el que se interroga a los encuestados. Dolencias como la miopía, la artritis, o los problemas auditivos o de la visión, ni se contemplan en el cuestionario. Sin embargo, las preguntas se centran en aquellas patologías que se consideran evitables y que se atribuyen, casi exclusivamente, a los «estilos de vida». Dicho en otros términos, se refieren a la obesidad, la falta de ejercicio o el consumo de alcohol, tabaco u otras drogas.

Basta leer las escasas -y, por cierto, pésimamente mal traducidas- preguntas a responder para advertir el objetivo que subyace: responsabilizar al individuo de su enfermedad. Los encuestados deben contestar, en primer lugar: ¿quién es responsable de su salud personal? Y, por último, indicar su grado de acuerdo con que el sistema sanitario trate gratuitamente a todas las personas, independientemente de sus escogencias (sic) en estilos de vida. Hablando en plata, lo que plantea la encuesta es si ¿debe ofrecerse atención sanitaria gratuita a fumadores, obesos o bebedores? De acuerdo, solo son interrogantes. Ahora bien, interrogantes que abren la caja de Pandora de la limitación del acceso al tratamiento a quienes -muy sutilmente- se les hace responsables de su enfermedad.

Me reitero en que el estudio de marras es un tosco intento de manipular a la opinión pública, con el propósito de justificar acciones posteriores. En época de recortes en la Sanidad no hay mejor estrategia que culpabilizar al individuo de su propio problema. Este es uno de los criterios que, habitualmente, se maneja para priorizar los programas presupuestarios. Expertos de reconocido prestigio, como los profesores de la Universidad de Chicago, Patrick Corrigan y Amy Watson, llevan dos décadas advirtiendo que la atribución de responsabilidad al paciente es fundamental a la hora de retirar el apoyo a un programa asistencial. Jugar con este riesgo, aparentando interés en conocer la opinión social, es una conducta malévola.

Es injusto, inhumano e indigno imputar la responsabilidad de una enfermedad crónica a quien la padece. A su vez, adjudicar a los «estilos de vida» un peso determinante, obviando otros aspectos de igual o mayor influencia, implica un profundo desconocimiento de las causas de estas patologías. Mucha gente come en exceso, pero solo algunos presentan obesidad. Igual ocurre con el consumo de bebidas alcohólicas e, incluso, con el tabaco o la inactividad física. Actúan otros factores, en su mayoría biológicos y, por tanto, difícilmente controlables para el individuo, que explican esta variabilidad. Factores que el sujeto desconoce y, precisamente por ello, le eximen de culpabilidad alguna.

Sí es aceptable, por el contrario, que quien presente una patología crónica que pueda estar influenciada por esos «estilos de vida» se responsabilice de iniciar un tratamiento y mantenerlo, siguiendo las directrices que le aconsejen. Admito que es posible discutir la motivación y la autonomía del paciente, pero vale la pena ceder en estas medidas cuando la sociedad parece dirigirse contra ellos. Enfermos a los que se les atribuye una estúpida voluntariedad.

Por otra parte, tengo serias dudas de que los distintos sistemas sanitarios de los países miembros de la UE ofrezcan alternativas terapéuticas, eficaces y accesibles, a obesos, fumadores o bebedores, por citar ejemplos paradigmáticos. Aun cuando su patología conjuga factores biológicos y psicológicos, la asistencia que se ofrece a los obesos suele limitarse a la pauta de dietas, más o menos estandarizadas, junto con la socorrida recomendación de andar a diario. Lo de los fumadores es el colmo de la incongruencia. Probablemente se trate del colectivo más estigmatizado sanitariamente por su «estilo de vida». Según la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), el coste sanitario de un fumador supera en un 44% al de un no fumador, pero su tratamiento no es financiado por el Sistema Nacional de Salud. En cuanto a los bebedores problemáticos -ojo, uno de cada diez españoles- hay que destacar que solo un 8% recibe asistencia especializada ¿A qué tratamiento se refieren, cuando éste prácticamente no existe? ¿Podemos responsabilizar a un enfermo del daño social que genera la ausencia de una oferta terapéutica para su mal? Seamos serios y asumamos que lo que algunos llaman «estilos de vida» son, en muchos casos, enfermedades en sí mismas.

Las medidas para solucionar el problema son pobres, pero más lo son aun las que debieran prevenirlo. Los factores de riesgo para iniciar y perpetuar esos «estilos de vida» se favorecen por doble vía: la ausencia de la prevención y el fomento de la presión social. Vivimos con prevalencias alarmantes de consumo de sustancias y obesidad, sin que nos preocupe en exceso hasta el momento en el que afecta a la economía sanitaria.

Tal vez precisemos recurrir menos a los «estilos de vida» y mejorar, en cambio, la protección de la salud.

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